«Algunos humanos parecen demonios; algunos demonios parecen ángeles».
Desde el día en el que Jason entró en la cafetería, la vida de Lydia empieza a tener otro sentido. Éste siempre le está ayudando, aunque ella a veces tan sólo le de problemas; pro...
Debía hacer algo, pero ¿qué? Mi cerebro no sabía cómo reaccionar, me quedé paralizada.
—¿Qué vas a hacerme, payaso? —preguntaba Leo mientras retrocedía. Podía notar su miedo, enmascarado de valentía.
Jason, en cambio, no decía ni una palabra; tan sólo le miraba con aquellos ojos los cuales irradiaban una luz verde. A decir verdad, atemorizaban demasiado.
En un intento desesperado de separar a ambos chicos, me interpuse entre los cuerpos de ellos y miré a Jason, el cual miraba a mis espaldas a Leo.
—¡Para, Jason! No merece la pena golpear a un idiota —dije, pero el pareció no haberme escuchado. O tal vez estaba ignorándome—. ¡Jason! —le llamé una vez más, pero parecía estar absorto en mi exnovio. Lo intenté una vez más, tocando su brazo para que se percatara— ¡Jason, escúchame!
Jason pareció reaccionar. Además, sus ojos volvieron a su color natural. Aquella reacción ante la ira me parecía de lo más original y extraño que he visto en toda mi vida.
Él lucía confuso, aunque yo lo lucía más.
—¿Vas a parar porque te lo diga una chica? —instó Leo, haciéndose el valiente.
Miré hacia Leo notablemente enfadada.
—Leo, para ya. Deja de hacer el gilipollas —pedí.
Giré mi vista hacia Jason, quien se tocaba la sien con molestia y me acerqué a él.
—¿Te encuentras bien? —le pregunté con preocupación.
Él me miró algo confuso y asintió con la cabeza.
—A veces me dejo llevar por la ira. Lo siento —respondió.
—Ven, vamos a pasarlo bien —propuse alegre, intentando hacer olvidar lo ocurrido.