V

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Estaba de nuevo en el café, mientras observaba a Jason.
No sé por qué, pero él me resulta algo misterioso, como si escondiese algo. Tal vez sólo eran especulaciones mías, pero siempre que he sospechado sobre alguien, mis sospechas fueron corroboradas.
Bueno, tampoco sospechaba de que tuviese algún secreto oscuro, pero había algo, de eso estaba segura. Es más, ni siquiera sabía por qué pasa la mayor parte de su tiempo aquí. Cuando viene, siempre se marcha hasta que cerramos. ¿Acaso no tiene nada importante que hacer normalmente? ¿Todo lo que hace durante la tarde hasta la noche es estar aquí? ¿No tiene otras obligaciones que atender? Eso es lo que me hacía sospechar de él.

—Lydia, atiende a los de la mesa doce, por favor —habló Connie.

Desperté de mi trance y me percaté de la realidad de mi alrededor.
Tenía un trabajo que atender.

Miré hacia la mesa doce, la cual estaba contigua a la mesa de Jason; la mesa once.

Eran las dos mesas que estaban ocupadas por el momento pues acabábamos de abrir el local.

Me acerqué a ellos y les tomé nota.
Eran tres chicos los cuales tenían bastante mala pinta. No me gustaba juzgar por las apariencias, pero las dos veces que gente como ésa vinieron, nos intentaron atracar o nos hablaron realmente mal; fueron muy irrespetuosos con el personal.

—Buenas tardes, ¿qué desean tomar? —pregunté automáticamente.

El chico el cual tenía el pelo rubio y un piercing en cada oreja habló primero.

—Te deseo tomar a ti —rió.

Suspiré.

—Por favor, que sea algo posible —indiqué cansada de gente como ésa.

Se recostó en su asiento de nuevo.

—¿Estás diciendo que tenerte es imposible? —preguntó desafiante.

Me enfadé. Él no había venido aquí a estar con una chica, y si era eso lo que quería, entonces este no era el sitio indicado.

—Lo que estoy diciendo es que ordene algo posible, por favor —repetí.

El chico hizo como que se lo pensaba. Con aquella sonrisa en la cara me resultaba difícil pensar que realmente meditaba con conciencia.

—Te quiero a ti, no hay otra cosa que quiera tener. ¿Qué pasa? ¿No es posible? —insistió.

Ya me estaba tocando las narices.

—Déjalo ya, Richard. Pide algo que haya en el menú y deja de ser un gilipollas —comentó su amigo.

Ese tal Richard dio un golpe con el puño contra la mesa.

—Si Richard quiere algo, Richard lo tiene. Esa es la ley de Richard —dijo él, como si fuera un lema el cual uno debe seguir a raja tabla.

¿Quién era él para imponer leyes?

—En ese caso, no tomaré su pedido a no ser que ordene algo que esté en el menú. ¿Alguien desea alguna otra cosa? —pregunté, mirando a sus dos compañeros.

—¡No me jodas! ¡no sirves para trabajar aquí! ¡ya te dije lo que quería, camarera de pacotilla! —gritó histérico.

Debía mantener la calma ante situaciones como estas, así que me quedé impasible mientras esperaba tomar nota.
Al instante, alguien habló tras de mi.

—No seas infantil. Si no vas a pedir nada, entonces sal por donde viniste y deja de molestar al personal. Nadie tiene tiempo para tus tonterías —dijo Jason, lo cual me sorprendió.

No debió meterse. Esto era asunto de nosotros, los trabajadores.

—¿Qué estás diciendo, gilipollas? ¿A ti quién te dio vela en este entierro? —respondió el rubio, soez.

Me giré y pedí ayuda por parte de Connie y Beth pues sabía con antelación cómo acabaría esto, pero ambos desaparecieron de mi vista.
Genial, ahora estaba sola en esto. Gracias a Dios que aún no había más clientela.

—Sólo digo la verdad, comprendo que te moleste —respondió Jason tranquilo.

Mierda, el rubio se levantó de la mesa y se acercó hasta Jason.
Yo intenté alejarlo, pero resultó ser en vano.

—Te has metido con quien no debías, palurdo —espetó Richard, quien le ardía la sangre.

Mientras, Jason seguía tranquilo, sentado en la silla.

—Qué pena —dijo simplemente.

Aquellas palabras y el temperamento tranquilo de Jason fueron el detonante de la ira de Richard.
Debía hacer algo rápido o esto iba a convertirse en un caos.

—Lucas, George, vamos a enseñarle a este con quién no debe meterse —dijo, y sus dos amigos se levantaron de la mesa hasta llegar a Richard.

—¡Dejad esto ya! ¡este lugar no es sitio para peleas! —exclamé alterada.

Esto no tenía por qué volver a pasar. Ya se han dado casos como estos aquí y no me gustaban ni un pelo.

—Tal vez eso lo aprendan ustedes mismos. Desde luego, necesitan un arreglo —comentó Jason, aún con tranquilidad.

Agarré al rubio por el brazo e intenté que no se acercara más a Jason, pero éste me tiró contra el suelo.

—¡No te metas, idiota! —me espetó.

Mientras iba recomponiéndome, pude ver la cara de Jason, la cual se mostraba realmente enfurecida.
No lo pude creer, ¿sus ojos se estaban volviendo verdes? ¿realmente estaban cambiando de color?
Los chicos salieron escabullidos de allí tras ver aquella anomalía, si es que podía llamarse así.

—¡Corramos! ¡esto no es normal! —exclamó uno de ellos mientras salía del café espantado.

Sus dos amigos hicieron lo propio.
No sabía cómo actuar en aquél momento. Es decir, debía darle las gracias a Jason, pero lo que acababa de ocurrir fue... Indescriptible. Sus ojos habían tomado una tonalidad diferente, incluso brillaron.
En este momento, volvieron a su estado común.

Beth y Connie salieron de su escondite.

—¿Ya se han marchado? —preguntó Beth, pavorizada.

—Debemos contratar a un guardia o algo por el estilo. No quiero seguir así cada vez que alguien como esos canallas aparecen —comentó Connie.

¿Y se quejaban ellos? Fui yo la que me comí «el pastel».

Jason pareció volver en sí, o eso imaginé. Se acercó a mi, aunque yo retrocedí un poco, aún recordando aquella mirada.

—¿Te encuentras bien? —me preguntó con preocupación.

Al principio no supe por qué me lo preguntaba hasta que recordé la caída.

—Ah, sí, no te preocupes —dije, aún despistada.

La campana sonó, indicando nuevos clientes, y yo me dispuse a tomarles nota.

Aquello había sido bastante ¿qué digo bastante? Demasiado extraño. Aquel color de ojos irradiaban ira, y al parecer asustó demasiado a aquellos vándalos.
Eso no era normal, él no era normal.

Fix Me Up 『Jason The Toymaker』Where stories live. Discover now