81. Un castigo ejemplar

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James Potter se mordió la mejilla por dentro mientras movía rítmicamente el pie. Había cruzado los brazos sobre el pupitre y sus ojos se mantenían fijos en la chica pelirroja que avanzaba hacia él por el pasillo que se formaba entre las dos filas de mesas. A petición de la profesora McGonagall, que había salido al pasillo después de que un prefecto de quinto le avisase de que el profesor Pyrell la requería urgentemente, Lily repartía las redacciones – ya corregidas – que habían entregado la semana pasada. La muchacha paró a su lado, buscando impacientemente las redacciones de James y Sirius para largarse de allí cuanto antes. A James le hubiese gustado decirle un simple "hola", sonreírle de medio lado y que la chica arquease las cejas con ese regusto socarrón que se había convertido casi en una droga para el gryffindor, pero ningún sonido escapó de su garganta. De hecho se quedó mudo cuando los ojos verdes como la hierba fresca de la muchacha se cruzaron fortuitamente con los suyos.

- Evans, ¿estás libre esta tarde? – Preguntó Sirius mientras cogía el pergamino que Lily le tendía.

- Pues sí, los martes iba a echarle una mano a alguien con Pociones, pero al final creo que tendré esas tardes libres. – Contestó ella.

No lo miró, aunque estaba claro que se refería a él. James notó que se le hacía un nudo en la garganta. Los martes iban a ser "sus tardes con Lily" (ya había celebrado como un triunfo aquella pequeña victoria de que aceptase ayudarle con la asignatura) y ahora... ¡Por idiota! ¿Es que no podía aprender a cerrar la boca? ¡Joder! ¡Joder, joder y joder! ¡Si lo único que quería era gastarle una broma pesada sin más! Pero no... tenía que joderlo todo, como siempre, como aquella vez que le preguntó a Binns si le había crecido el culo como fantasma o si lo tenía así cuando murió. Su don para no percibir cuándo era mejor guardar silencio lo perseguiría siempre.

- Si quieres podemos organizar hoy la primera reunión. – Dijo Sirius, balanceándose sobre las patas traseras de su silla.

- Bien. – Lily se encogió de hombros.

Por fin encontró su redacción, extendiéndosela a continuación a James, que sin querer rozó los dedos de la muchacha. Le dio un vuelco el corazón y no pudo evitar mirarla, pero Lily soltó el pergamino como si el simple contacto con su mano le hubiese producido un calambre. Luego se marchó con la barbilla apuntando al techo y un gran gesto de dignidad surcándole las facciones.

- Pues no es tan difícil conseguir quedar con Evans después de todo. – Dijo Sirius a su lado.

James apretó la mandíbula, frunció los labios y miró a su amigo echando fuego por los ojos. Ni siquiera miró la nota que McGonagall le había puesto en la redacción.

- ¿Por qué no te vas un rato a la mierda, Sirius?

- Me encantaría ir a hacerte compañía, ¿pero no has oído que he quedado con Evans esta tarde?

James se debatía entre darle un puñetazo, o darle dos, aunque claro, no sabía de qué se sorprendía, Sirius era así de tocapelotas desde que nació, prácticamente, y ahora que tenía un buen motivo para recordarle lo idiota que era no iba a dejarlo pasar así como así.

- Yo creo que deberías ir pidiéndole perdón, Cornamenta. Vamos, si es que quieres seguir hablándote con ella...

- Pues claro que quiero, imbécil. – El chico suspiró – Joder, es que ahora Lily ni me mira, ¿no lo has visto?

- Cosa que encuentro bastante normal después de lo que le dijiste.

El capitán del equipo de quidditch bajó la cabeza hasta dar con la frente sobre el pupitre. No le apetecía dar clase, no le apetecía seguir allí, a dos mesas de una Lily Evans que había dejado de ser simpática con él. Vale que antes tampoco es que lo fuese demasiado, solo lo justo y necesario, pero al menos le reía alguna que otra gracia, hablaba con él como lo hacía con el resto de la gente... En fin, que mantenían una relación normal con la que James estaba más que contento.

Memorias de HogwartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora