40. Las clases de encantamientos

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James Potter llevaba algo más de una semana esperando a que Annie Sheppley le pidiese una "cita" para ir juntos a Hogsmeade a mediados de noviembre. Lily le había pedido que no rechazase a su amiga, pero eso era difícil si la buscadora no le hacía la pregunta en cuestión. Incluso James había pensado en ir él mismo a pedírselo y dejarse de tonterías, pero intuía que no era eso lo que quería Lily.

James había conseguido olvidar el dolor que le había producido saber que Lily quería que saliese con su amiga ante la perspectiva de recibir un beso de parte de la prefecta. Sabía que le gustaba a Annie, y seguramente Lily querría darle una alegría a su amiga, pero James ya había pensado en todo. Saldría con Annie y le diría que ellos dos sólo podían ser amigos. Sí. No quería que la chica se ilusionase pensando que aquello era una cita con pretensiones románticas, no sería justo para Annie. James se lo dejaría claro desde el principio.

Clavó la vista en las dos chicas, que se encontraban sentadas en los pupitres de la primera fila del aula de Encantamientos. Ambas parecían sumamente concentradas en realizar correctamente el hechizo del que les había hablado hasta hacía diez minutos el profesor Flitwick. Ese año, a lo largo del primer trimestre, aprenderían a controlar los elementos mediante encantamientos, algo que no era para nada sencillo.

- ¿Quieres prestar atención, James? - Susurró Remus, sentado a su izquierda.

- Estoy prestando atención. - Mintió James, también en susurros.

- Mirarle el pelo a Evans no es prestar atención, Jamie. - Sonrió Sirius de medio lado.

- ¡Pero si tú le estás escribiendo una carta a Susan en clase! - Exclamó por lo bajo James.

- Estamos hablando de ti, no de mí. - Volvió a sonreír Sirius.

- Desde luego, vaya dos. - Murmuró Remus, torciendo el gesto - No pienso explicaros lo que hemos hecho en clase, a ver si así espabiláis un poco y os dáis cuenta de que la cosa ya va más en serio.

James fue a decirle a su amigo que no se enfadase y que le prometía prestar atención para no tener que pedirle ayuda, pero de repente todos a su alrededor se pusieron en pie. La clase había terminado y él no se había enterado de nada.

**

¡Hola, Sussie!

¿Qué tal todo? Espero que estés bien. Te habría contestado antes, pero he tenido mucho trabajo, entre las clases y el quidditch, ya te contaré. Yo también creo que necesitamos hablar. Saldremos a Hogsmeade el fin de semana de mediados de noviembre, el día 14. Te estoy echando de menos, no demasiado, ya sabes, lo suficiente como para tener ganas de verte, jejeje.

Estás guapísima en la foto.

Besos,

Sirius.

Sirius Black releyó atentamente la carta que le había escrito a Susan para asegurarse de que no había puesto nada que hiciese pensar a la chica que estaba desesperado. Porque Sirius Black nunca se desesperaba por una chica. Podía tener a la que quisiera, y eso se lo había demostrado a James en más de un millón de ocasiones, siempre que su amigo lo retaba a ligarse a una u otra chica. En realidad, tampoco es que estuviese desesperado por ver a Susan, tan sólo la echaba de menos, y eso era algo normal ¿verdad? Al fin y al cabo eran amigos y habían tenido una relación más que estrecha...

El muchacho caminó con paso decidido, recorriendo la lechucería con la mirada. Había huesecitos esparcidos por todas partes, que supuso serían de algún ratón o alguna otra alimaña nocturna, y hacían un desagradable ruido cuando los pisabas, sin hablar de los malolientes y resbaladizos excrementos. El cazador de Gryffindor se acercó a Speed, que dormitaba entre un gran búho pardo y una lechuza blanca como la nieve. A Sirius le dio algo de pena despertarla, pero tenía que enviar la carta. James le había dicho que cogiese su lechuza, pero no lo había acompañado. El muy mendrugo había decidido ir a la biblioteca esa tarde "a estudiar"...Claro, a estudiar... Seguro que no tenía nada que ver que Evans se encerrase allí todas las malditas tardes.

Memorias de HogwartsWhere stories live. Discover now