Mis padres me pidieron que hiciera la cena esa noche, pero yo no sabía hacer muchas cosas, así que hice macarrones gratinados. Más que 'pedirme', mi padre me dijo: "¿Por qué no haces la cena, Nicole? Estás todo el día fuera de casa, ni siquiera haces nada por nosotros. Anda, ve a la cocina."
Saqué la bandeja del horno y serví los platos, llevándolos al salón porque ellos estaban viendo el fútbol. Mientras, mi madre, leía una revista de decoración hasta que se sentó en el sofá dejando la revista a un lado.
—Esto está malo —dijo mi hermano, dejando el plato en la mesa de mala gana y con el ceño fruncido.
—¿Qué coño has hecho? Con diecisiete años y no sabes cocinar. No sabes hacer nada —gruñó mi padre, soltando el plato con brusquedad en la mesa.
—Ya te he dicho que no sé cocinar. Os lo he dicho, pero no me hacéis caso —repliqué. Mi padre levantó la cabeza con la mandíbula apretada y los ojos casi inyectados en sangre.
—Mira, Nicole, no me toques los cojones hoy, ¿eh? No me los toques porque vengo cansado de trabajar, y tú, que no haces una puta mierda en la vida, vienes a quejarte de que te pongo a cocinar. Que te debería dar vergüenza hablarme así, que soy tu padre, el que te da de comer, que no son tus amigas, esas que te han comido el cerebro.
—Cállate —solté enfadada. Mi padre se levantó, y yo retrocedí unos pasos sin perderlo de vista.
—¿Qué has dicho? ¿¡QUÉ ME HAS DICHO!?
—¡QUE TE CALLES! ¡TÚ NO SABES UNA MIERDA! —El impacto de su mano contra mi cara fue, cuanto menos, brutal. Puso toda su fuerza en él, lo sabía. Estaba lleno de rabia, enfadado, y sus cien kilos de peso me golpearon la cara con la mano abierta, tan fuerte que creí que me sangraba la nariz. Mi mejilla ardía, notaba aún sus dedos sobre mi cara, pero él, sin decir nada, había vuelto a sentarse.
—Y ahora vas y se lo cuentas a tus amigas para que te den la razón y te digan lo malo que soy.
Pero no, no le conté nada a nadie. Salí de casa y me fui al taller, que ahora estaba vacío y solitario. Donde ahora no había chicas que pudiesen animarme, o alguna sonrisa que me pudiese consolar. Las demás estaban con sus novios, Rachel con ese chico que le gustaba y Olivia estaba en Vancouver ese fin de semana. La única que se quedaba sola los sábados era yo, porque todo el mundo tenía a alguien más, incluso si era su familia.
Cené cereales con leche fría en un vaso de plástico que había por allí, y me tumbé en uno de los sofás fríos con una manta por encima.
No me permití pensar en nada, ni sentir nada, pero la bofetada aún me dolía, y no sólo en la cara.
*
El lunes fue el peor día de todos. A la hora del almuerzo todas contaban cómo había sido su fin de semana, hasta Rachel nos contó todo lo que pasó con el chico ese, el tal Marco, que al parecer era simpático. Me alegré por ella, pero no me salía expresar ninguna emoción, así que simplemente esbocé una sonrisa fingida mientras lo contaba y volví a meter mi cara en la pasta carbonara que teníamos ese día para comer.
—¿Estás bien? —Me preguntó Olivia al oído. Yo asentí y me señalé la nariz.
—Me duele un poco la nariz, será de la humedad. —Pero en realidad yo sabía que era del tremendo golpe que me había dado mi padre. Aun así, decidí no quejarme.
Quizás debería cambiar mi actitud y no quejarme tanto, quizás era mi culpa. Me auto convencí de que era mi culpa. Sí, era mía. Ningún padre se comportaría así con su hijo por no hacer nada. Eso me repetí durante todo el entrenamiento. Mientras corría, mientras botaba, mientras me pasaba el balón bajo las piernas, mientras lanzaba de lejos.

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El fuego entre mis venas
RomanceTODAS LAS HISTORIAS ESTÁN SUJETAS A COPYRIGHT Y HABRÁ DENUNCIA SI SE ADAPTA O PLAGIA. Esta novela cuenta una historia de amor entre dos chicas, Nico y Olivia, pero también cuenta la de Rachel, la de Serena, la de Denisha, Manar, Samira, Karlie y Ta...