Llevaba estudiando tres horas seguidas en el escritorio de mi habitación. Estaba exhausta. Apreté mis hombros porque los notaba cansados, y a la vez miraba la lluvia caer y golpear la ventana. Nunca se acababa en aquél pueblo, parecía ser una lluvia infinita que remitía a ratos.
En el reflejo del cristal me vi, y mi camiseta dejaba un poco al descubierto mi clavícula. Aún estaba débil después de los golpes, porque consiguieron partirla entre los cinco. Tuvieron que ponerme dos clavos que atravesaban el hueso para sostenerlo, porque había quedado destrozada. Ellos alegaron que sólo se acercaron a mí para ver cómo estaba después de haberme caído por un terraplén y que me rescataron, ¿cómo de estúpido hay que ser?
Lo que peor llevaba, sin duda alguna, era la rabia. La rabia de no ser creída, la rabia de que los cinco tíos que me violaron camparan a sus anchas como víctimas, porque era yo la que me lo estaba inventando todo.
Me levanté del escritorio y decidí bajar a la cocina, donde ya se olía la cena que estaba preparando mi madre. Mi padre, mientras, estaba sentado en el sofá con una copa de vino en la mano y nuestro perro, Fluffy, sentado a su lado. Sí, era una gran fan de Harry Potter cuando era pequeña.
Me senté en el taburete de la mesa de la cocina, jugando con el móvil entre mis manos. Mi madre me vio y alzó una ceja, probando la salsa de tomate que estaba preparando.
—¿Todo bien? —Siempre me preguntaba eso al verme, y yo, al verla, siempre me preguntaba qué hubiese sido de mí si mis padres no fuesen así. Si mis padres hubieran entendido lo que me pasaba desde un principio. Quizás ahora, para la sociedad, seguiría siendo un chico.
No sé si fue a los doce o a los trece, entre esas dos edades oscila el momento en el que mi madre me pilló probándome sus zapatos con uno de sus jerséis largos y los labios pintados. Yo me sentí avergonzada, quería salir de allí corriendo y meterme bajo la cama, porque sabía que después de eso vendrían gritos, me sentarían en el sofá y me explicarían que un chico no hace esas cosas. Porque "yo era un niño muy guapo", decían ellos. Tenía el pelo fino, los ojos azules, la nariz menuda y una sonrisa preciosa. Mi familia decía que llegaría a ser abogado de éxito, o arquitecto, pero había un problema; que yo no era ese niño. Yo siempre fui Rachel.
Mi madre, en ese momento en el que yo entré en pánico, cerró la puerta de la habitación, cogió un pañuelo de su cajón y comenzó a retirarme el pintalabios. Mi corazón se rompió en aquél instante, estaba cabizbaja y rota, porque pensaba que mi madre no me dejaba ser quien yo era. Entonces, cogió de nuevo el pintalabios y comenzó a pintarme de nuevo.
—Tienes que hacerlo suave, así. —Susurró dando pequeños toquecitos lentos y suaves.
Y entonces, mi madre, me enseñó a pintarme los labios, y me enseñó también que un jersey largo siempre queda bien con unos pitillos y unos tacones.
—Sí, todo bien. —Sonreí débilmente, golpeando mis uñas contra la mesa para crear ese sonido melódico que tanto me gustaba.
—Pues te veo muy pensativa para estar bien. —Frunció el ceño, echándose una copa de vino para beber mientras cocinaba. No es que mi padre fuese un machista, es que se turnaban para cocinar. Un día mi padre hacía las tareas de la casa, otro día cocinaba y viceversa.
Yo no respondí, simplemente me mordisqueé el labio mirando el fondo de pantalla de mi móvil.
—Nada, estaba pensando en... Cuando tenía doce años y me ayudaste a pintarme los labios. Y en que, si fuese otra madre, me habrías regañado y avergonzado por ello. No sé, es una tontería.
—Mmh, no. —Negó ella, cortando la cebolla con una maestría impecable. —¿Quieres que te cuente algo? Bueno, te lo voy a contar de todas maneras. —Reí por el comentario, viéndola echar la cebolla a la sartén. —Cuando me quedé embarazada de tu hermano, sabía que era un niño. Lo sabía con tanta certeza que no quise ni siquiera que el médico me dijese si era niño o niña. Cuando di a luz, era un niño. Ya habíamos comprado toda la ropa y su habitación estaba pintada de azul, porque estaba tan segura que no dudé un momento. Y lo mismo me pasó contigo.

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El fuego entre mis venas
RomanceTODAS LAS HISTORIAS ESTÁN SUJETAS A COPYRIGHT Y HABRÁ DENUNCIA SI SE ADAPTA O PLAGIA. Esta novela cuenta una historia de amor entre dos chicas, Nico y Olivia, pero también cuenta la de Rachel, la de Serena, la de Denisha, Manar, Samira, Karlie y Ta...