El fuego entre mis venas

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No voy a contaros la historia de una chica en un instituto de clase media que conoce a otra chica, o a otro chico y se enamora perdidamente desde el primer día. Tampoco voy deciros que esta historia va a ser feliz, porque sería una grandísima mentira.

Empezaremos por mi nombre. Me llamo Nico, de Nicole. Nací en una familia de clase media, vivo en Belligham, en el estado de Washington, y tengo un hermano. Él se llama Colin, y sí, es deportista. No, no juega al fútbol, pero sí al baloncesto.

Si esto fuese una historia de 2012, yo sería esa chica 'diferente' y blablablá, pero esto no es 2012 y por suerte el mundo ha evolucionado. No soy diferente, ni soy mejor, ni soy alternativa. Me gustan los libros, el arte, la buena música y poco más. Parezco borde, pero en realidad soy buena persona. Quizás por eso es que nadie me toma en serio, o quizás es por eso que mis amistades duran lo que dura un verano. En definitiva, una chica local cualquiera que mide 1,79.

Esta historia comienza la noche de un 9 de octubre de 2016 a las dos de la madrugada. Tenía el portátil encima de las sábanas con la tele puesta de fondo. No podía ver mi programa favorito en el salón, porque allí estaban viendo un programa sobre reformas en las casas o algo así que yo detestaba.

Me gustaba internet, me gustaba bastante. Allí podía ser quien yo de verdad era, mostrar mi... Orientación sexual sin tapujos, porque al fin y al cabo, si alguien estaba en mi contra ni siquiera me conocía y eran meros comentarios que me resbalaban. Pero, los comentarios que no me resbalaban fueron los que siguieron llegando a mi bandeja de entrada en 'anónimo' durante toda la noche hasta que amaneció, y os contaré por qué.

Para explicar esto, pondré un ejemplo de tantas cosas que me llevan pasando desde que tengo uso de razón. Nos remontamos a hace dos días.

Estaba en la cocina haciéndome un café, mientras removía la taza lentamente. Había dejado algunos restos de azúcar en la mesa, porque mi pulso últimamente iba fatal, pero luego lo recogería. Mi madre entró por la puerta de la cocina y bufó al verlo, negando de mala gana.

—Tengo que ir recogiendo tus mierdas por ahí toooodo el día. Todo. Estoy hasta las narices, Nico. ¡HASTA LAS NARICES! ¿¡Tú te crees que con tu edad puedes ir dejando tus cosas por ahí!? ¿¿Qué vas a hacer cuando yo ya no esté para recogértelo todo, eh?? —Mi hermano apareció por detrás y abrió la nevera.

—Pues nada. Si nunca hace nada. —Me llevé la taza de café a la boca y bebí.

—¿Va a hablar el que no ha sido capaz ni de graduarse en el instituto? —Dio un portazo en la nevera.

—Nico, no le hables así a tu hermano.

—¡PERO SI HA VENIDO ÉL A- —Lo señalé agitada.

—A nada. Cállate, siempre estás igual, comparándote con él. ¿Quieres dejarlo en paz y dejar de poner excusas para tus errores? ¡LO HACES TODO MAL! ¡TODO! Yo no sé qué habré hecho mal en otra vida para tener una hija como tú. —Tiró el trapo en la mesa y salió de la cocina. Me dolió más de lo que mi expresión facial pudo reflejar, pero simplemente dejé la taza y subí a mi habitación para escribir.

En aquellos momentos echaba de menos a mi abuela, ella era la única que me hacía sentir querida y bien. Mi abuela era la única persona que de verdad me decía cosas bonitas o se preocupaba por mí. Deseaba poder vivir con ella.

Otro ejemplo de por qué la noche del 9 de octubre fue horrible, es este. Nos remontaremos a hace dos semanas atrás. Estaba esta chica, Catelyn, era preciosa. Tenía el pelo rubio, los ojos azules y una sonrisa preciosa que le había dejado su odontólogo. Siempre me cogía la mano por encima de la mesa, sonreía, me decía que saliésemos al cine, y lo hacíamos, pero yo no tenía la valentía para decirle nada, y nunca la tuve, pero yo estaba colada por ella. En educación física estábamos en grupos distintos, así que cuando ella estaba cambiándose yo estaba duchándose después de una práctica de baloncesto. Ah, y un apunte; ella era bisexual.