— ¡N-no vayas tan rapido, idiota!
Intentaba seguirle el paso, pero el era más rápido que yo. Voltea sonriente.
— Traigo el sostén equivocado.
Eso bastó para que Jeff suelte un par de carcajadas y se detenga.
— Bien, lo siento. Quería que te enojes, amor —dice mientras deja un fugaz beso en mi mejilla—.
— ¿Y ahora que hacemos? No quiero seguir corriendo.
— Bien, tu ganas.
Ahora me rodea con sus brazos, dandome un cálido abrazo que tanto me gustan. Solo viniendo de el.
— Hey, ¡mejor vamos a ver un pastel para tu cumpleaños! —exclama—.
— Jeff, no hace falta. De verdad no importa —intento convencerlo—.
Rueda los ojos y se cruza de brazos. Cuando hace eso... ya nada ni nadie puede convencerlo.
— Bien, tu ganas, pero uno pequeño.
— Esa es mi bebé. Vamos.
Me toma de la mano y sin previo aviso, empieza a correr, casi arrastrandome a su lado.
Reímos como un par de locos, y la gente nos mira como si realmente lo fueramos. Pero cuando estamos juntos, ya nada ni nadie importa. Solo somos el y yo.
— Señorita —abre la puerta del auto y señala el asiento—.
— Gracias, señorito —pongo una de mis caras raras y el ríe—.
Toma el cinturón y lo abrocha.
— La seguridad primero.
[...]
Jeff pone el pastel frente a mi rostro, con 17 velas pequeñas encendidas. Mis padres, y mi hermano mayor toman fotos.
— No quiero paparazzis en mi cumpleaños, familia. Gracias —los cuatro ríen y mamá aprieta mis mejillas—.
— Espera, una foto más, conmigo.
Jeff opaca la mitad de mi asiento y pasa su brazo por mi hombro.
Mi mamá captura en el momento justo en que mi novio besa mi frente.
Luego podemos festejar en paz y en familia.
— ¡Hora de abrir los regalos! —mi hermano me da leves empujones hasta tirarne en el sófa—. Empieza por este.
Papá me entrega una caja envuelta en papel color celeste con estrellas amarillas. Me deshago del listón rojo y miro dentro.
— ¡Un albúm de fotos! —chillo con emoción y puedo ver como Jeff me mira con tanta ternura, como yo lo miro a el—.
Juntos vemos todas las fotos en las hojas del albúm. Hay fotos en familia, otras en donde salgo totalmente desprevenida, y unas con Jeff.
— Ahora el mío —me extiende otra caja, no muy grande ni pequeña, envuelta en papel rosa—.
Al abrirla, me encuentro con el regalo de mis sueños. Un par de calcetines de los 60s.
— ¡Jeff! ¡Gracias! ¡Gracias! —no evito gritar y saltar en mi lugar para luego abrazar a mi chico—.
Subo las escaleras y al bajar, tengo puesto mi regalo. Eran blancas, con dos pares de rayas, azul y rojo.
— ¿Y? ¿Me quedan excelentes, no?
— ¡Preciosas! —dice Jeff—. Ahora tenemos que irnos, sorpresa.
— Los quiero aquí a las una.
— Bien, papá, ¡adios!
Entre risas nos vamos al auto y subimos apresurados. Jeff pone música, la que le gusta a el, mal gusto.
— Jeff, cantas horrible, ¡calla! —cubro mis oídos—.
— Acostumbrate, siempre que te traiga cantaré a todo pulmón, cariño.
Una fuerte luz frente a nosotros, cierro mis ojos asustada.
— ¡Jeff cuidado!
Despierto agitada, miro a mi alrededor. Dormí entre mis penas supongo. A mi alrededor todo es gris y deprimente.
Me levanto, y mi espalda duele. Dormir apoyada en una lápida es feo. Mi cabeza tambien duele, quiza porque me deshice de todas las lagrimas.
Observo una vez más las flores que reposan ahí.
— Te amo, Jeff.
