37: Más cerca

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—¿En serio? ¡Hablamos de esto en frente de sus narices!—exclamé.
En cuanto había salido a tomar desayuno Harry y Ron me habían hablado de que la chica que había muerto en los aseos que menciono Aragog no era nadie más que Myrtle la Llorona.
—Con la cantidad de veces que hemos estado cerca de ella en los aseos —dijo Ron con amargura durante el desayuno—, y no se nos ocurrió preguntarle, y ahora ya ves...
La aventura de seguir a las arañas había sido muy dura. Pero ahora, burlar a los profesores para poder meterse en un lavabo de chicas, pero no uno cualquiera, sino el que estaba junto al lugar en que había ocurrido el primer ataque, parecía prácticamente imposible.
En la primera clase que tuvimos, Transformaciones, sin embargo, sucedió algo que por primera vez en varias semanas que me hizo olvidar la Cámara de los Secretos. A los diez minutos de empezada la clase, la profesora McGonagall dijo que los exámenes comenzarían el 1 de junio, y sólo faltaba una semana.
—¿Exámenes? —aulló Seamus Finnigan—. ¿Vamos a tener exámenes a pesar de todo?
Sonó un fuerte golpe detrás. A Neville Longbottom se le había caído la varita mágica, haciendo desaparecer una de las patas del pupitre. La profesora McGonagall volvió a hacerla aparecer con un movimiento de su varita y se volvió hacia Seamus con el entrecejo fruncido.
—El único propósito de mantener el colegio en funcionamiento en estas circunstancias es el de daros una educación —dijo con severidad—. Los exámenes, por lo tanto, tendrán lugar como de costumbre, y confío en que estéis todos estudiando duro.
Estudiando duro por supuesto, si, con un monstruo petrificando personas y sin Hermione. Se oyeron murmullos de disconformidad en toda el aula, lo que provocó que la profesora McGonagall frunciera el entrecejo aún más.
—Las instrucciones del profesor Dumbledore fueron que el colegio prosiguiera su marcha con toda la normalidad posible —dijo ella—. Y eso, no necesito explicarlo, incluye comprobar cuánto habéis aprendido este curso.
Me quede viendo el par de conejos blancos que tenía que convertir en zapatillas. Era fácil para mi, mi varita me proporcionaba más facilidad ya que era más poderosa pero además era muy buena en Transformaciones.
En cuanto a Ron, parecía como si le acabaran de decir que tenía que irse a vivir al bosque prohibido.
—¿Te parece que puedo hacer los exámenes con esto? —preguntó, levantando su varita, que se había puesto a pitar. Hice una mueca.

🐍

Tres días antes del primer examen, durante el desayuno, la profesora McGonagall hizo otro anuncio a la clase.
—Tengo buenas noticias —dijo, y el Gran Comedor, en lugar de quedar en silencio, estalló en alborozo.
—¡Vuelve Dumbledore! —dijeron varios, entusiasmados.
—¡Han atrapado al heredero de Slytherin! —gritó una chica desde la mesa de Ravenclaw.
—¡Vuelven los partidos de quidditch! —rugió Wood emocionado.
Cuando se calmó el alboroto, dijo la profesora McGonagall:
—La profesora Sprout me ha informado de que las mandrágoras ya están listas para ser cortadas. Esta noche podremos revivir a las personas petrificadas. Creo que no hace falta recordaros que alguno de ellos quizá pueda decirnos quién, o qué, los atacó. Tengo la esperanza de que este horroroso curso acabe con la captura del culpable.
Hubo una explosión de alegría.Puse mi mirada a la mesa de Slytherin y no me sorprendió ver que Draco Malfoy no participaba de ella. Ron, sin embargo, parecía más feliz que en ningún otro momento de los últimos días.
—¡Siendo así, no tendremos que preguntarle a Myrtle! —dijo—. ¡Hermione tendrá la respuesta cuando la despierten! Aunque se volverá loca cuando se entere de que sólo quedan tres días para el comienzo de los exámenes. No ha podido estudiar. Sería más amable por nuestra parte dejarla como está hasta que hubieran terminado.
—Buen punto.—asentí.
En aquel mismo instante, Ginny Weasley se acercó y se sentó junto a Ron. Parecía tensa y nerviosa, y vi que se retorcía las manos en el regazo.
—¿Qué pasa? —le preguntó Ron, sirviéndose más gachas de avena.
Ginny no dijo nada, pero miró la mesa de Gryffindor de un lado a otro con una expresión asustada, no quise leerle la mente y aunque lo hiciera sus pensamientos parecían insistir en mi cabeza, pinchaban con insistencia mi cerebro, eran fuertes y borrosos, distorsionados, quebrados, era raro, en especial en una niña alegre como Ginny.
—Suéltalo ya —le dijo Ron, mirándola.
—Ron–le regañe, su hermana parecía muy preocupada—. ¿Ginny te sientes bien?
—Tengo algo que deciros —masculló Ginny, evitando mirar directamente a Harry.
—¿Qué es? —preguntó Harry
Parecía como si Ginny no pudiera encontrar las palabras adecuadas.
—¿Qué? —apremió Ron.
Ginny abrió la boca, pero no salió de ella ningún sonido. Harry se inclinó hacia delante y habló en voz baja.
—¿Tiene que ver con la Cámara de los Secretos? ¿Has visto algo o a alguien haciendo cosas sospechosas?
Ginny cogió aire, y en aquel preciso momento apareció Percy Weasley, pálido y fatigado.
—Si has acabado de comer, me sentaré en tu sitio, Ginny. Estoy muerto de hambre. Acabo de terminar la ronda.
Ginny saltó de la silla como si le hubiera dado la corriente, echó a Percy una mirada breve y aterrorizada, y salió corriendo. Percy se sentó y cogió una jarra del centro de la mesa.
—¡Percy! —dijo Ron enfadado—. ¡Estaba a punto de contarnos algo importante!
Percy se atragantó en medio de un sorbo de té.
—¿Qué era eso tan importante? —preguntó, tosiendo.
—Yo le acababa de preguntar si había visto algo raro, y ella se disponía a decir...
—¡Ah, eso! No tiene nada que ver con la Cámara de los Secretos —dijo Percy
—¿Cómo lo sabes? —dijo Ron, arqueando las cejas.
—Bueno, si es imprescindible que te lo diga... Ginny, esto..., me encontró el otro día cuando yo estaba... Bueno, no importa, el caso es que... ella me vio hacer algo y yo, hum, le pedí que no se lo dijera a nadie. Yo creía que mantendría su palabra. No es nada, de verdad, pero preferiría...
Arquee una ceja al ver a Percy pasando semejante apuro, yo y Ron nos dimos una mirada de cómplices.
—¿Qué hacías, Percy? —preguntó Ron, sonriendo—. Vamos, dínoslo, no nos reiremos.
—¡Vamos Percy, sabes que nunca nos reiríamos de ti!—dije riendo.
Percy no devolvió la sonrisa.
—Pásame esos bollos, Harry me muero de hambre.

Laila Scamander y El Heredero de SlytherinWhere stories live. Discover now