Arañas. No arañas diminutas como aquellas a las que habíamos seguido por el camino de hojarasca, sino arañas del tamaño de caballos, con ocho ojos y ocho patas negras, peludas y gigantescas. Eran Acromantulas.
Nos llevaban hacia una telaraña nebulosa en forma de cúpula que había en el centro de la hondonada, mientras sus compañeras se acercaban por todas partes chasqueando sus pinzas, emocionadas a la vista de su presa.
La acromantula me soltó y caí dando un quejido y golpeándome las costillas. A un lado, cayeron Ron, Harry y Fang. El perro ya no aullaba; se quedó encogido y en silencio en el mismo punto en que había caído. Ron parecía encontrarse tan mal como había supuesto. Su boca se había alargado en una especie de grito mudo y los ojos se le salían de las órbitas.
—¡Aragog! —llamaba la acromantula—, ¡Aragog!
Y del medio de la gran tela de araña salió, muy despacio, una araña del tamaño de un elefante pequeño. El negro de su cuerpo y sus piernas estaba manchado de gris, y los ocho ojos que tenía en su cabeza horrenda y llena de pinzas eran de un blanco lechoso. La acromantula era ciega.
—¿Qué hay? —dijo, chascando muy deprisa sus pinzas.
—Hombres —dijo la araña que había llevado a Harry—. Y una enana.
—¿Es Hagrid? —Aragog se acercó, moviendo vagamente sus múltiples ojos lechosos.
—Desconocidos —respondió la araña que había llevado a Ron.
—Matadlos —ordenó Aragog con fastidio—. Estaba durmiendo...
—Somos amigos de Hagrid —gritó Harry.
—Clic, clic, clic —hicieron las pinzas de todas las arañas en la hondonada. Aragog se detuvo.
—Hagrid nunca ha enviado hombres y a una enana a nuestra hondonada —dijo despacio.
—Hey—murmure apenas.
—Hagrid está metido en un grave problema —dijo Harry, respirando muy deprisa—. Por eso hemos venido nosotros.
—¿En un grave problema? —dijo, en un tono que parecia de preocupación—. Pero ¿por qué os ha enviado? Habla enana.
—En el colegio piensan que Hagrid se ha metido en... en... algo con los estudiantes. Se lo han llevado a...a Azkaban.
Aragog chascó sus pinzas enojado, y el resto de las arañas de la hondonada hizo lo mismo: era como si aplaudiesen.
—Pero aquello fue hace años —dijo Aragog con fastidio—. Hace un montón de años. Lo recuerdo bien. Por eso lo echaron del colegio. Creyeron que yo era el monstruo que vivía en lo que ellos llaman la Cámara de los Secretos. Creyeron que Hagrid había abierto la cámara y me había liberado.
—Y tú... ¿tú no saliste de la Cámara de los Secretos? —dijo Harry.
—¡Yo! —dijo Aragog, chascando de enfado, lo que hizo el ritmo de mi corazón subir—. Yo no nací en el castillo. Vine de una tierra lejana.
Un viajero me regaló a Hagrid cuando yo estaba en el huevo— por alguna extraña razón sus ojos blancos y lechosos se enfocaron en mí cuando dijo la oracion.—Hagrid sólo era un niño, pero me cuidó, me escondió en un armario del castillo, me alimentó con sobras de la mesa. Hagrid es un gran amigo mío, y un gran hombre. Cuando me descubrieron y me culparon de la muerte de una muchacha, él me protegió. Desde entonces, he vivido siempre en el bosque, donde Hagrid aún viene a verme. Hasta me encontró una esposa, Mosag, y ya veis cómo ha crecido mi familia, gracias a la bondad de Hagrid...
Harry reunió todo el valor que le quedaba.
—¿Así que tú nunca... nunca atacaste a nadie?
—Nunca —dijo la vieja araña con voz ronca—. Mi instinto me habría empujado a ello, pero, por consideración a Hagrid, nunca hice daño a un ser humano. El cuerpo de la muchacha asesinada fue descubierto en los aseos. Yo nunca vi nada del castillo salvo el armario en que crecí. A nuestra especie le gusta la oscuridad y el silencio.
—Pero entonces... ¿sabes qué es lo que mató a la chica? —preguntó Harry—. Porque, sea lo que sea, ha vuelto a atacar a la gente...
Los chasquidos y el ruido de muchas patas que se movían de enojo ahogaron sus palabras. Al mismo tiempo, grandes figuras negras parecían crecer al alrededor.
—Lo que habita en el castillo —dijo Aragog— es una antigua criatura a la que las arañas tememos más que a ninguna otra cosa. Recuerdo bien que le rogué a Hagrid que me dejara marchar cuando me di cuenta de que la bestia rondaba por el castillo.
—¿Qué es? —pregunte pensando en todo lo que se me venía en la mente—. ¿Un nundu? ¿Una manticora?
Las pinzas chascaron más fuerte. Parecía que las arañas se acercaban.
—¡No hablamos de eso! —dijo con furia Aragog—. ¡No lo nombramos! Ni siquiera a Hagrid le dije nunca el nombre de esa horrible criatura, aunque me preguntó varias veces.
Harry no quiso insistir, y menos con las arañas que se acercaban cada vez más por todos lados. Aragog parecía cansada de hablar. Iba retrocediendo despacio hacia su tela, pero las demás arañas seguían acercándose, poco a poco, a nosotros tres.
—En ese caso, ya nos vamos —dijo Harry desesperadamente a Aragog, al oír los crujidos muy cerca.
—Si, si, deje la estufa encendida...—dije sin saber lo que en realidad sabía.
—¿Iros? —dijo Aragog despacio—. Creo que no...
—Pero, pero...
—Mis hijos e hijas no hacen daño a Hagrid, ésa es mi orden. Pero no puedo negarles un poco de carne fresca cuando se nos pone delante voluntariamente. Adiós, amigos de Hagrid.
Comencé a retroceder junto con mis amigos a un distancia , había un frente de arañas, como un muro macizo, chascando sus pinzas y con sus múltiples ojos brillando en las horribles cabezas negras, hambrientos. No los culpaba, estaba en su naturaleza que nos trataran de comer. Tenía mi varita en mi mano, aunque sabía que no me iba a servir, que había demasiadas arañas, pero estaba decidida a hacerles
frente, pero no podía ser asi, después de haber vencido a un trol no podía contra un par de arañas.
Pero en aquel instante se oyó un ruido fuerte, y un destello de luz iluminó la hondonada.
El coche del padre de Ron rugía bajando la hondonada, con los faros encendidos, tocando la bocina, apartando a las arañas al chocar con ellas. Algunas caían del revés y se quedaban agitando sus largas patas en el aire. El coche se detuvo con un chirrido delante de nosotros, y abrió las puertas.
—¡Coge a Fang! —gritó Harry, metiéndose por la puerta delantera.
Ron cogió al perro, que no paraba de aullar, por la barriga y lo metió en los asientos de atrás, inmediatamente me fui detrás de él y choqué contra loas asientos. Las puertas se cerraron de un portazo. Ni Ron puso el pie en el acelerador ni falta que hizo. El motor dio un rugido, y el coche salió atropellando arañas. Subimos la cuesta a toda velocidad, salimos de la hondonada y enseguida nos internamos en el bosque chocando contra todo lo que se ponía por delante, con las ramas golpeando las ventanillas, mientras el coche se abría camino hábilmente a través de los espacios más amplios, siguiendo un camino que obviamente conocía, yo gritaba mientras Fang comenzaba a aullar.
Tratando de mantenerme sentada y ahora sin gritar vi a Ron. En la boca aún conservaba la mueca del grito mudo, pero sus ojos ya no estaban desorbitados.
—¿Estás bien?—Harry preguntó.
Ron miraba fijamente hacia delante, incapaz de hablar. Nos abrimos camino a través de la maleza, con Fang aullando sonoramente en el asiento de atrás. Después de diez minutos de ruido y tambaleo, el bosque se aclaró y pude ver de nuevo algunos trozos de cielo.
El coche frenó tan bruscamente que casi salieron por el parabrisas. Habíamos llegado al final del bosque. Fang se abalanzó contra la ventanilla en su impaciencia por salir, y cuando Harry le abrió la puerta, corrió por entre los árboles, con la cola entre las piernas, hasta la cabaña de Hagrid. Tratando de no vomitar también salí y, al cabo de un rato, Ron siguió, recuperado ya el movimiento en sus miembros, pero aún con el cuello rígido y los ojos fijos. Le di al coche una palmada de agradecimiento.
—¿Quien es un buen coche? Tú lo eres.—dije recuperando el aliento.
Y luego volvió a internarse en el bosque y desapareció de la vista.
Harry entró en la cabaña de Hagrid a recoger la capa invisible. Ron que estaba a mi lado fu hasta el bancal de las calabazas y comenzó a vomitar.
Inmediatamente desvíe la mirada, por que o si no a mi me darían ganas de vomitar.
—Seguid a las arañas —dijo Ron sin fuerzas, limpiándose la boca con la manga—. Nunca perdonaré a Hagrid. Estamos vivos de milagro.
—Apuesto a que no pensaba que Aragog pudiera hacer daño a sus amigos —dije tratando de justificarlo, ahora acercándome más a los chicos.
—¡Ése es exactamente el problema de Hagrid! —dijo Ron, aporreando la pared de la cabaña—. ¡Siempre se cree que los monstruos no son tan malos como parecen, y mira adónde lo ha llevado esa creencia: a una celda en Azkaban!
—¡Cállate! ¡Entonces que a mí también me lleven a Azkaban! ¿No?
— Laila sabes que no me refiero a eso, ¿Qué pretendía enviándonos allá? Me gustaría saber qué es lo que hemos averiguado.
—Que Hagrid no abrió nunca la Cámara de los Secretos —contestó Harry, echando la capa sobre Ron y yo empujándole por el brazo para hacerle andar—. Es inocente.
Ron dio un fuerte resoplido. Evidentemente, criar a Aragog en un armario no era su idea de la inocencia.
Al aproximarse al castillo, Harry enderezó la capa para asegurarse de que no se les veían los pies, luego empujó despacio la puerta principal, para que no chirriara, sólo hasta dejarla entreabierta. Cruzamos con cuidado el vestíbulo y subimos la escalera de mármol, conteniendo la respiración al encontrarnos con los centinelas que vigilaban los corredores. Por fin llegamos a la sala común de Gryffindor, donde el fuego se había convertido en cenizas y unas pocas brasas. Al hallarnos en lugar seguro, nos desprendimos de la capa y ascendimos por la escalera circular hasta el dormitorio. Les di las buenas noches y después fui a mi cuarto, tratando de no hacer ruido, olía fatal, olía a tierra, suciedad y sudor, por lo que me puse una nueva muda de ropa y cuando me acosté, dos pequeños ojos castaños me estaban mirando con reproche, pero no era Castiel, era James.
—¿Que?—preguntó cansada, me miro como pidiendo una explicación de porque no lo lleve al peligro inminente.
—Oh vamos, casi muere un James, no iba a dejar que murieran los dos—dije antes de ponerlo en su maceta y estaba tan cañada que al siguiente segundo ya estaba durmiendo con Paris.*guiño a Newt Scamander everywhere*

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Laila Scamander y El Heredero de Slytherin
फैनफिक्शन#2 «-¿Lo prometes? -Lo prometo» Ninguna carta, ninguna excusa, ningún regalo Muggle, ningún signo de vida y aún así le había enviado un regalo de cumpleaños. Laila Scamander iba a matar a Harry Potter. Pensando que después del primer año Hogwarts vo...