Era una tarde calurosa cuando Simba y su padre fueron a comprar el juguete que el niño tanto había ansiado, hacía tanto calor que si mirabas hacia el final de la calle podías ver el aire ondear. El pequeño abrazaba el peluche de león contra su pecho como su más preciado tesoro, saltando de aquí para allá lleno de felicidad. Su padre lucía una gran y brillante sonrisa al ver a su pequeño tan feliz pues eran pocos los momentos que pasaba con él por el agobiante trabajo que tenía. Apreciaba cada sonrisa que su niño le daba como si fuera oro.
Tan ciego de alegría esta Simba que no vio el auto que se acercaba a toda velocidad por la calle. El auto no tocaba bocina para ahuyentar al niño ni tampoco reducía la velocidad, iba tan rápido que parecía que quería atropellarlo. Pero el padre de Simba, Mufasa, también era rápido, y pudo empujar lejos a su hijo antes de que el coche impactara sobre su pequeño cuerpo. En su lugar, el auto aplastó el robusto cuerpo de Mufasa, dejándolo gravemente herido y agonizando.
Todo el accidente ocurrió frente a los ojos de Simba. El niño dejó caer el peluche de sus brazos y salió corriendo hacía la calle donde el auto ya había partido tan rápido como había llegado y varias personas se detenían a ayudar. El niño cayó de rodillas, llorando y gritando de una forma completamente desgarradora, tanto que partía el corazón de los presentes y no se atrevían a apartarlo del cuerpo de su padre aunque el corazón de este ya se había parado. Había sangre por todos lados y la cara de Simba también estaba manchada con esta pero no pareció notarlo. Él era pequeño, muy pequeño aún, pero nunca sacaría de su cabeza el hecho de que si él no hubiera prestado atención a la calle, su padre jamás hubiera muerto. Simba no sintió cuando los enfermeros lo apartaron del cadáver ni tampoco los intentos fallidos de la señora del servicio social para intentar calmarlo, todo era en vano, una parte de Simba había muerto con su padre, una parte que no podría remplazar jamás.
El día del funeral, todos se reunieron a velar al fallecido. Asistió también su tío Scar que, a pesar de parecer afligido, no hablaba de otra cosa que no fuera la empresa multimillonaria de Mufasa. Él trabajaba ahí pero nunca había llegado a un puesto demasiado alto como para poder llegar a ser el jefe. Y jefe era la palabra favorita del hombre de negros cabellos. Gloria, dinero, grandeza eran demás palabras que lo hacían suspirar. Días después, compró la empresa a la madre de Simba quien era la que tenía los papeles necesarios para los negocios.
Un día como muchos otros donde Scar iba a la casa de Simba para hacer las transiciones necesarias, el niño lo escuchó hablar por teléfono y se escondió detrás de la puerta para no ser visto.
—Sí, el falso accidente fue todo un éxito. No quedaron registros de nada, ni fotos ni testigos de quien fue. Buen trabajo, Banzai, pronto recibirás tu paga... no, por supuesto, nadie sospecha nada ni nunca lo harán —Scar rió. Pero no fue una risa normal, alegre o amistosa, sino una risa un tanto macabra, como la risa de alguien quien consigue algo que tanto tiempo había ansiado.
Más tarde, Simba fue a contarle a su madre lo que había escuchado pero ella no le creyó, dijo que se estaba volviendo loco y tan solo quería culpar a alguien y no a sí mismo de lo que había pasado porque, en el fondo, ella también creía que Simba había matado a su padre de forma indirecta.
Tiempo después, Simba descubrió a su madre y a Scar besándose y ese fue el colmo. Tomó algunas cosas personales, comida, abrigo y huyó. Partió, solo, hacia la ciudad desconocida. Y nadie fue nunca a buscarlo.
Las noches en la intemperie eran muy duras, los días de invierno eran sumamente crudos y Simba a veces deseaba poder volver a su hogar pero no podía estar allí si la persona que había matado a su padre seguía ahí.
Lo único bueno que pudo sacar de las calles fue a los dos adolescentes que conoció, Timón y Pumba. Aquellos chicos cuidaron del pequeño mientras crecía y lo hicieron uno más de su pequeña y destruida familia. Esos fueron los pequeños momentos de felicidad de Simba entre los días que pasaba revolviendo los basureros de los restaurantes e intentando conseguir algún trabajo para poder tener dinero.
Simba intentaba tomar todo como un juego porque allí era el único lugar en donde él nunca perdía. Encontrar media manzana eran 5 puntos, cuando una ancianita le daba diez dólares eran 15 puntos y así. Todo era más fácil cuando crees que es un juego. Pero este juego no terminaba hasta dentro de años, cuando él hubiera tanto pasado tantos niveles como para poder ganarlo y el juego de venganza comenzara.
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N/A: Perdón por las confusiones si es que les llegó una notificación de que había actualizado hace unas horas, es que había publicado la versión anterior.

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Princesas que no son princesas
Short StorySí, Aurora sí durmió para siempre. Sí, Cenicienta sí bailó toda la noche. Sí, Alicia sí fue al País de las Maravillas. Sin embargo, nada es como crees. TRIGGER WARNING: Menciones a suicidio, maltrato doméstico, autolesiones, bullying, acoso, alcohol...