XXII- CUATRO DE JUNIO

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Narra Miriam

Era otro día gris en Madrid. Me levante con ayuda de mi muleta y me dirigí hacia mi cocina por un cuenco de cereales antes de ir de nuevo al hospital.
La vida seguía como podía para mí, después del dolor y de las cicatrizas que se mantenían en mí.
No eran sólo físicas, tenían un dolor por dentro que absolutamente nadie había conseguido evaporar.

El calendario marcaba la fecha de cuatro de junio de 2019, había pasado un año ya de aquel fatídico accidente que no solo destrozó varios de mis huesos, sino que también me desconecto de la persona que más he querido nunca. Ese loco y arriesgado amor que sentía por Ana todavía seguía intacto en mi corazón.
Tras recuperarme poco a poco de la ruptura de cadera, la de rodilla y la de cosquillas me recupere, conseguí levantarme como la mujer fuerte que soy. Aunque a veces el dolor se apodera de mí y solo quiero quedarme en el sofá llorando. Mi hermano y Roi habían estado junto a mí, cuidándome lo máximo que podían. Mimándome con todos los cuidados posibles. A fecha de hoy, seguían haciéndolo. Demostrándome que siempre iba a tener el amor de ambos incondicionalmente.

Después de comer mis cereales, preparar la maleta, coger la guitarra y acicalarme un poco para estar decente al mundo exterior; partí rumbo al hospital. Todas las semanas iba a verla, ver su rostro en un mar de cables que le permitían seguir teniéndole viva.

El coche en el que iba giró hacía la calle donde todo se vino abajo, la calle donde todo se fue a la mierda. Después del accidente muchos fan habían recreado una especie de monumento en la acera, con rosas y fotos de Ana deseándole que se recuperará, que querían oír la bella voz que hacía un año que se había perdido.
Volví a llorar, volví a sentirme horriblemente porque mis últimas palabras hacía ella fuera <<te odio>>.

El taxista lo percibió y dejo un paquete de pañuelos a mi lado.

—¿Conocías a la chica?—dijo sin mirarme ya que tenía la vista fija en la carretera.

—La conozco, todavía está viva.—murmure con un hilo de voz—Gracias por los pañuelos.

El taxista se giró y me miro con pena. Odiaba mostrar debilidad, pero después de lo que paso me había vuelto más floja que un cachorro recién nacido.

Al fin el taxis llegó a mi destino y bajé cogiendo mis cosas. Al entrar saludé como siempre a las recepcionistas que ya me conocían bastante bien después de merodear por el hospital durante un año.
Al llegar a la habitación me encontré al padre de Ana medio dormido en el sillón, cuidándola como podía.
Se había traslado a Madrid solo para poder estar con ella y en un año había envejecido muchísimo, había estado prácticamente todo el tiempo con ella. Viendo el rostro pálido de Ana, que todavía seguía inconsciente y que había perdido toda la alegría que ese cuerpo de 1'62 metros disponía siempre en el.

Piqué a la puerta y nada más oírlo abrió la puerta con sonrisa de oreja a oreja.

—Buenos días Antonio.—sonreí—¿Cómo estás hoy? Te veo un poco más animado.

—Supongo que bien.—siguió sonriendo, cosa que me recordaba mucho a Ana porque siempre tenía una sonrisa en su rostro—¿Cómo llevas la cadera? ¿Te dieron ya esos masajes?

—Pues sí, me sentaron bien aunque en los días de lluvia como hoy me cuesta la vida caminar.

—Tiempo al tiempo, Miriam. Todo irá a mejor.—dijo mirando la cama donde reposaba su hija y su rostro cambió de repente.

—Eso espero, le echo mucho de menos. Es como si me hubieran arrancado una parte de mí desde que ella no esta aquí.—llevaba todavía la maleta en la guitarra en mi mano. Antonio rápidamente me ayudó y colocó mis cosas en el suelo.

—¿Dónde vas tan cargadas tú, mi niña?—dijo con su particular acento canario.

—Voy a pasar unos días en Galicia y a dar un concierto íntimo en A Coruña.—sonreí débilmente y empecé a mover mis anillos, estaba nerviosa. Iba a ser mi vuelta después de estar todo este año desaparecido.

—Me alegro de vuelvas a tu vida normal. Pero podrías haber avisado y te hubiéramos ido a ver, que Joaquin ha venido una semana a Madrid.

—¿Ha venido Joaquin desde Canarias? Ahora entiendo porque estás más feliz.—le abrace y al instante sentí su mano acariciando mi espalda. Papi War era totalmente como Ana, siempre que estaba con él me venían todo tipo de recuerdo que yo había vivido con ella. Este momento me teletransporto al momento en el que en clase de Los Javis hicimos un círculo y una persona se ponía en medio e iba con los ojos cerrados a abrazar a un persona aleatoria. Yo estaba tensa en ese momento, me deja hacer. Hasta que Ana me cogió de las manos y las puso en su espalda, haciendo que me sintiera querida y protegida.

La echaba tanto de menos, joder.

—Esta noche la voy a pasar fuera, ¿te vas a quedar tu con Ana?—me preguntó medio rogando.

—Me iba a quedar igualmente, quiero despedirme de ella. Ya que en dos semanas no voy a poder venir. Puedes ir tranquilo Antonio, te mereces un respiro y descansar un poquiño.—me dio un beso en la frente tras oír mis palabras.

—Eres un sol, Miriam. No se que hubiera hecho sin Roi o sin ti. Ustedes son el mayor tesoro de mi hija y cuando despierte seguro que sabrá todo lo que habéis hecho por ella.—las lágrimas empezaron a surgir en mis ojos.

—Anda vete papi war, que no quiero que se corra el rímel, que quiero estar guapa y no hecha un cuadro por si vienen visitas.

Antonio cogió su chaqueta, le dio un beso en la mejilla a su hija y otro a mí. Salió por la puerta y allí queda yo. Mirando a la cama donde se hallaba el cuerpo de la persona que estaba perdida enamoraba. La persona a la que quería y no sacaba de mi cabeza ni un segundo.

El accidente tuvo muchas consecuencias. La peor sin lugar a dudas era el estado de Ana. En coma, durante un año y no teniendo ni idea si despertaría o no. Los médicos dijeron un día que no había mejoras y que tendríamos que seguir esperando por si había cambios. Recuerdo un día de diciembre en el que su padre me llamó llorando; habían perdido las constantes de Ana y había dejado de respirar. Pero gracias a cualquier impulso o divinidad, la canaria volvió a recuperar los latidos en su corazón, cosa que hizo que yo también recuperara los míos.
Otra de las consecuencias que tuvo el accidente es que se canceló la gira de OT, nadie tenía fuerzas de cantar después de lo que había pasado con Ana. Todo el mundo entró en un ambiente muy depresivo que solo el disco de Aitana, Amaia y Alfred había conseguido romper gracias al éxito que tuvieron.
Al principio, las visitas a Ana por parte de mis compañeros eran constantes, hasta que las visitas poco a poco eran menos habituales.
La única persona que no vino a visitar a Ana nunca fue justamente Mimi, quien salvó a la canaria de morir en el coche apunto de estallar. Sabía lo que sentía por ella también, pero Ricky decidía que no soportaba verla en ese estado y que para ver a una Ana medio muerta prefería no ir.
No podía sentir nada en contra de la granadina porque gracias a ella la salvó pero aún así no comprendía que siguiera su vida tan normal y feliz cuando yo hasta la fecha me había estancado.

Yo no compartía opinión, estar en la habitación con ella durante un día a la semana me volvía a revivir recuerdos con ella. Sabía que donde quisiera que estuviera su mente me escucharía. Quería darle la fuerza suficiente para volviera. Para que me abrazará como ella siempre había.
Que sus ojos volvieran a abrirse y que pudiera hipnotizarme con ellos.
Pero sobretodo quería decirle que la amaba, que no había día que no estaba en mi mente. No la odiaba para nada, era al contrario.

Entonces el ruido de la puerta me saco de mis pensamientos, me giré y vi el rostro de la persona que menos me apetecía ver.

—Tenías que estar tú aquí...

RECUÉRDAME [WARIAM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora