Las Crónicas de Narnia: Cair Paravel Vs Hogwarts ¿Quién vencerá?

Capítulo 38. Los Poderes Perdidos de un Hada

Si eres tan fan de Reepicheep como yo, me imagino que estás esperando que te cuente lo que le sucedió a él y a la reina Lucy durante su incursión en Hogwarts. Por desgracia, no debió pasarles nada demasiado emocionante (o al menos, no contaron nada tiempo después); así que tendremos que seguir los pasos de Ethel.

La reina se separó de sus amigos y comenzó a rastrear el castillo. Empezó a recorrer pasillos y galerías en busca de esa extraña sala y aunque iba decidida a tener éxito, tenía bastantes cosas en contra que en seguida influyeron en su ánimo. No tenía ni la más remota idea de lo que era una sala de Menesteres y aunque pasaba desapercibida entre el resto de alumnos; pensó que resultaría demasiado sospechoso preguntarle a alguno la ubicación de la sala. De hecho, a menudo bajaba la cabeza sin darse cuenta y caminaba varios metros con la vista clavada en el suelo. Solo se atrevía a asomarse a las puertas que se iba encontrando cuando no había nadie más cerca y nunca hallaba otra cosa que aulas vacías.

El tiempo pasó con lentitud hasta que hubo transcurrido una hora; después, la urgencia que sentía hizo que los minutos corrieran a una velocidad vertiginosa y su mente (de la cual había perdido el control) no hacía más que imaginar terribles escenas sobre lo que los magos podían estar haciéndole a Edmund.

Estaba tan desesperada por encontrarle que cuando quiso darse cuenta ya no tenía ni idea de en qué planta estaba. Alzó la mirada y se vio en medio de un largo pasillo, apenas iluminado y sin ninguna ventana o puerta que le sirviera para orientarse.

Frustrada se apoyó en uno de los muros y trató de serenarse. Debía pensar con calma porque de nada le serviría seguir dando palos de ciego. Los magos podrían descubrirla a ella o a Lucy de un momento a otro; necesitaba un plan.

«Pero, ¿qué plan? ¡Es absurdo! Ni siquiera sé qué hago aquí... lo mejor para Edmund habría sido dar la alarma en Cair Paravel. Yo sola jamás podré salvarle... » La escasa confianza que había llevado consigo se estaba desvaneciendo y el olor nauseabundo de esa túnica usada le estaba revolviendo el estomago.

Lo único que deseaba era encontrar a su amigo, volver a verle y que estuviera bien. Se concentró en eso mientras recuperaba las fuerzas y cuando abrió los ojos de nuevo, se topó con una enorme puerta de madera justo delante de ella. Una puerta que unos minutos antes no estaba.

Se irguió de golpe, alerta. Bueno, al fin y al cabo era un castillo mágico; no era tan extraño que las puertas aparecieran y desaparecieran. Pero ¿qué podía guardar una habitación que a veces estaba y a veces no? Se acercó con sigilo y en cuanto rozó el pomo, la puerta se abrió. Con mucho cuidado, la empujó unos centímetros y asomó un ojo por el hueco.

No era un aula como las otras que había visto; en realidad, no supo lo que era. Se trataba de una enorme habitación llena de muebles y objetos extraños amontonados hasta el techo, por todas partes, sin orden ni sentido, excepto en el centro de la sala donde había unas cuantas figuras. Dos de ellas estaban muy juntos, pero una tercera se mantenía alejada aunque con el rostro vuelto hacia a las otras.

A los pies de estas tres, había algo en el suelo. Ethel sintió el impulso de gritar cuando distinguió lo que era y para evitarlo, lo único que pudo hacer fue apartar la vista y cerrar la puerta.

Lo que había en el suelo no era "algo", sino alguien y su cerebro, a pesar de todo, fue rápido interpretando la escena; las figuras de pie eran los magos, claro y ese alguien que permanecía inmóvil a sus pies solo podía ser...

―Edmund ―susurrar su nombre, por algún motivo, la ayudó a centrarse y dejar a un lado sus sentimientos.

Era cierto, pues, que los magos le estaban torturando con su magia para que hablara ¡tenía que sacarle de ahí cuanto antes! Pero, ¿qué podría hacer ella sola contra la magia de esos brujos? Nada. La atraparían y seguirían con lo que estaban haciendo sin más.