Bungou Stray Dogs(oneshots)

Chuuya Nakahara

Perdón, je. 

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6 años. 

—¡¿Por qué tenemos que quedarnos?! 

Odio aquí, pero mamá no parece entender. ¿Por qué tuvimos que mudarnos para Navidad en primer lugar? Los niños de aquí son malos conmigo y extraño a mis otros amigos.  Es difícil adaptarse...

—Ya te dije que por mi trabajo. ¿Por qué odias tanto aquí? —preguntó mamá, ya un poco irritada por mis llantos y gritos. 

Me quedé callada ante la pregunta. No quería decirle que no podía hacer amigos y que en realidad, los niños hacían todo lo posible para hacer mi vida miserable. Pero seguí gritándole al cabo de unos segundos. 

Unas tres semanas antes de Navidad, mamá dijo que teníamos que mudarnos a Yokohama, ¿por qué? Porque, como acaba de explicar, su empleo lo requería. Las dos semanas que estuve en la escuela, todos me molestaban. No entiendo el porqué si nunca les hice algo... pero trataré de no darle mucha importancia, solo los ignoraría, incluso si me quedaba sola. 

Mamá y yo habíamos empezado a discutir otra vez. Le dije que me gustaría volver a donde vivíamos para que al menos pudiera ver a mis amigos, pero en seguida me dijo que no. Mis gritos agudos reclamándole porqué, empezaron a resonar por toda la casa. Mamá trataba tranquilamente de terminar de arreglarse para la pequeña fiesta que tendríamos, pero no aguantó más mis gritos y la levantada de voz por su parte, llegó. 

—¡¿Por qué no quieres estar aquí?! ¡Si te sigues portando así, Santa no vendrá! —me gritó a todo pulmón, cansada de todo desde que llegamos.

Eso provocó que más lágrimas empezaran a resbalar por mis mejillas.

—¡Te odio! —le grité sin pensarlo dos veces para luego salir corriendo de su habitación y dirigirme a la entrada de la casa para abandonarla.

Lo peor es que es 25 de diciembre. Mamá había invitado al que al parecer era su novio, a cenar. Pero era lo de menos. Me fui al parque que estaba a unas dos cuadras. Era mi lugar preferido, pues tenía una linda casita de árbol en la que me metía cada vez que me sentía demasiado sola. Aún con lágrimas en los ojos, subí las pequeñas escaleras para entrar a la dichosa casa.

Normalmente nunca hay alguien. Por eso, me sorprendió encontrar a otro pequeño niño en las mismas condiciones en las que yo estaba: triste, llorando y solo.

Me miró con asombro al ver que alguien más había entrado a la casita. Pude ver sus lindos y grandes ojos azules vidriosos, su nariz roja al igual que sus mejillas y su cabello pelirrojo revuelto, hecho un desastre. Nos quedamos en completo silencio, viéndonos a los ojos sin saber qué decir. 

Sin expresar o decir algo, me terminé metiendo a la casita y acomodándome a su lado. Él solo me veía confundido. Nunca lo había visto, seguro estaba en otra escuela. 

—¿A ti qué te pasó? —le pregunté una vez me acomodé a su lado y viéndolo a los ojos. Tratando de tranquilizarme para al menos poder hablar con él.

—Me peleé con mi hermana... —dijo luego de unos segundos de silencio, casi en un susurro, para luego ocultar su cabeza entre sus piernas. 

—Yo con mi mamá —le dije de igual manera.

Después de eso, hubo otro silencio, pero no uno incómodo. Los dos estábamos tratando de calmar el llanto y recuperando el aliento. Había bastante frío y lo podía notar al ver cómo el niño temblaba de pies a cabeza, pues solo llevaba un suéter, una bermuda y unos zapatos normales. A diferencia de mí, que llevaba mi gorrito, guantes, mallones, calcetines, una blusa junto con mi suéter y mis botas. Me quité uno de los guantes para dárselos al niño a mi lado, quien me miró confundido al principio, pero al final terminó aceptándolo y se lo puso. Al darle el guante, pude sentir sus dedos fríos, muy helados.