– ¿Mamá? ¿Qué ocurre? –Pregunté. Su corazón cabalgaba, la mano de papá sudaba.
–Estamos rodeados –Susurró papá apenas moviendo los labios, sin pestañear. Sus ojos no dejaron la calle, oscura, fría y silenciosa como una cloaca. El olor también era similar.
– ¿Cómo es que no nos hemos dado cuenta? –Mamá sonaba asustada, su voz temblaba con cada palabra que articulaba, dejando salir el aire por la boca como si se estuviese asfixiando. Y a pesar de eso, su rostro estaba tan tranquilo como el de papá.
–Exterminadores –Fue lo único que dijo papá enviando un escalofrío por mi columna. Mi propio corazón comenzó a galopar en mi pecho mientras mis sentidos se agudizaban en respuesta al miedo que ahora me corría por las venas.
–Mamá –Susurré– ¿Qué está pasando?
–Cariño, quiero que vayas corriendo a casa y llames al número que te hemos hecho practicar... diles tu nombre y que necesitas ayuda ¿Entendido?
–Pero... –Papá me apretó la mano, haciéndome callar. En ningún momento dejamos de caminar. Mantuvimos un paso estable y relativamente pausado.
–Escucha a tu madre.
–Vuelve a casa y haz la llamada... volveremos a por ti, lo prometo –Los labios de mamá se fruncieron y por primera vez sus ojos se apartaron del camino, uniéndose a los míos. Los tenía cristalizados por las lágrimas, enrojecidos por el mismo miedo que hacía a su corazón palpitar sin descanso.
–Te queremos –Susurró papá, soltándome la mano y mirándome igual que mamá, con los ojos de alguien que se despedía por última vez.
Supe por dentro que tenía que correr, por mucho miedo y por mucho que desease quedarme con mis padres. Mi cara dolía de retener las lágrimas, pero cuando los dedos de mamá soltaron mi mano, las lágrimas cayeron libremente por mi rostro, bajando por mi cuello, filtrándose en mi bufanda.
Intentando detener los sollozos que afloraban bajo mi piel me adentré en el callejón que llevaba a casa. Estaba lleno de contenedores de basura que desprendían un hedor insoportable... por ese motivo nunca cogía ese camino para volver.
Tropecé y resbalé mientras corría en la oscuridad, mojándome las zapatillas en los charcos, manchándome los pantalones de barro. Corrí tan rápido como me fue posible, más rápido que un humano, más lento que un horby adulto.
Podía notar como las venas alrededor de mis ojos se hinchaban y como mis encías eran desgarradas mientras mis dientes crecían. Era la primera vez que cambiaba de puro miedo.
Al abrir la puerta tropecé con los zapatos de la entrada, cayendo de bruces contra el suelo. Gateé hacia delante mientras mis pensamientos se embotellaban en mi cabeza, perdiendo el sentido de forma instantánea.
Llegué hasta el mueble de la entrada y lo utilicé para levantarme, clavando las uñas en la blanda superficie de madera.
Mi mano temblaba mientras descolgaba el teléfono, que se resbaló un par de veces por mi piel mojada antes de tenerlo firmemente sujeto contra mi oreja. Intenté marcar el número, pero le di dos veces al mismo botón. Me limpié las lágrimas con la manga de la chaqueta, temblorosa, intentando aclararme la vista. Colgué y volví a intentar marcar el número, con inhalaciones hondas y temblorosas.
Una sombra se alargó hasta mis pies, difuminada por la luz de las farolas que se colaba por la puerta.
Alcé los ojos hasta la entrada y allí, había un hombre. Tenía una salpicadura de sangre que le cubría la mitad del rostro, un rifle de francotirador en una mano y una pistola en la otra. Su cara, de aspecto áspero, mostraba una mezcla de emociones demasiado complejas como para que una niña como yo pudiese llegar a entenderlas... pero lo que si entendí era quien era aquel hombre de ojos apenados.
¿Cómo podía dar un humano tanto miedo? ¿No éramos nosotros los monstruos?
Su uniforme blanco era lo único que mis ojos veían. Mi mente se detuvo, mientras el hombre avanzaba en mi dirección.
– ¿Hola? –Dijo alguien al otro lado del teléfono. Lo sostuve contra mi oído a pesar de no poder hablar– ¿Hay alguien?
El exterminador alzó la pistola en mi dirección y apuntó a mi cabeza, a un par de metros escasos. El metal del arma brilló ante mis ojos hinchados.
–Por favor... –Lloré, pero antes de que pudiese terminar de hablar, vicomo su dedo se contraía sobre el gatillo. Un estadillo reventó mis tímpanos yel teléfono se deslizó de mi mano, mientras alguien continuaba preguntando conangustia, quien era y donde me encontraba.
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Xoxo -Lucy

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