Su madre murió cuando ella era pequeña. Años más tarde su padre se volvió a casar con una mujer que solo lo quería por su fortuna. Poco después él también murió. Desde entonces su madrastra con sus hermanastras la tratan como una criada haciéndole h...
No había otro adjetivo para describir aquellos jardines. Como era finales de primavera todo estaba florecido, y a la luz de la luna las sombras, en vez de parecer aterradoras, hacían de aquel lugar un espacio íntimo y reservado.
Estaba vacío y reinaba la tranquilidad con el sonido de algunos pájaros nocturnos, insectos y nosotros dos.
Ella se acercó a un puente que había a unos metros, no muy lejos, y admiró otra vez a su alrededor, desde otro punto de vista. Se inclinó sobre la barandilla y observó el agua de un pequeño estanque con algunos peces y plantas acuáticas.
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-Es un lugar relajante y perfecto para pensar con tranquilidad -comentó el chico.
Ella solo asintió con la cabeza, aun anonadada.
-¿Realmente querías volver a tu casa? -preguntó relajado, como si supiera desde el principio la verdad.
-En realidad... no. Es horrible y no parece poder cambiar en un futuro cercano -respondió con el ceño fruncido recordando cómo habían sido los últimos años, después de que su padre muriera.
-Entonces quédate aquí y date un respiro de tu vida, hasta que tengas que volver. Descansa.
La muchacha se giró y se apoyó en la barandilla con la espalda y los codos. Cerró los ojos agotada de todo.
-Es una buena idea, una idea perfecta...
Él solo sonrió. Y se quedo mirando. Sonrió y se quedó contemplándola.
Sonaron campanas. 12. Doce campanadas.
-Ya es medianoche.
Solo fue un comentario por parte del chico pero eso hizo que ella abriera los ojos alarmada.
Recordó una cosa que no debería haber olvidado.
《Voy a hacer un carro y unos caballos para que te lleven, pero el hechizo es temporal: a medianoche todo volverá a su estado original》.
La voz de la anciana volvió a su mente.
-Tengo que irme...
Sin despedirse empezó a caminar rápido otra vez hacia el castillo para deshacer su camino. Una mano la agarró por el brazo deteniéndola, se giró.
-Tu nombre...
-Puedes llamarme Cenicienta.
Él soltó su brazo confuso y ella aprovechó para volver a correr hacia la salida después de ver cómo lentamente su vestido iba deshaciéndose y convirtiéndose en el anterior vestido que había llevado horas antes.