Mientras bajaba, puse mi pie derecho en una parte demasiado resbalosa y sin poder hacer nada resbalé hasta caer al suelo. No grité, no podía ser descubierta, pero algo ardía, al ver mi costado pude ver que lo que traía puesto se había rasgado y la camisa empezaba a teñirse de sangre. Las malditas lágrimas querían salir, ardía bastante, pero solo maldije en mi mente.
El corte no era tan profundo pero si lo suficiente para hacer que fuera más lento. Entonces escuché de nuevo los truenos, y el cielo empezó a cerrarse más, la oscuridad empezaba a devorar la claridad del cielo. Se escuchó entonces el crujir de la montaña, algo la había hecho explotar, lanzando miles de fragmentos con tal velocidad que parecían dagas.
Seguro eso era a lo que se refería, sin más empecé a correr como pude hasta Leo. Aunque una misión suicida por dónde lo vieras. Corrí en medio de la lluvia de fragmentos de jade negro.
Fue cuando sentí que uno rozar mi brazo. Llevé mi mano a él y vi unas gotas de sangre en mi mano. Debía darme prisa al menos Leo estaba lejos del área peligrosa. Aún faltaba para llegar, Leo volteaba a su izquierda viendo el camino por donde aquellas figuras de terror habían desaparecido. Mientras más me acercaba se sentía un calor infernal que contrastaba con la gélidez del viento de la montaña de jade oscuro.
Después de unos momentos Leo por fin volteó de frente y me vio. Estaba a punto de llegar, ya casi llegaba y entonces sentí un corte en la pantorrilla que me derribó quedando boca arriba.
Al abrir los ojos pude ver que un fragmento mucho más grande venía justo a dónde yo estaba, giraba con gran velocidad, así que rodé sobre algunos fragmentos más pequeños que se habían hecho pedazos al chocar contra el suelo. A la vez escuchaba el impacto de este gran pedazo enterrándose en el suelo.
Me levanté como pude, no debía de exponerme más, ni mucho menos a detenerme a pensar que podía haber quedado con una estaca enorme de jade en el pecho.
Al llegar me dejé caer de rodillas junto a Leo. Le quité la mordaza.
— No debiste venir, debiste escapar cuando pudiste.— Me dijo Leo.
— No iba a dejarte aquí, además dudo que esa hubiera sido una salida.— Le decía mientras desabrochaba la gargantilla plateada en media luna.
— ¿De dónde sacaste eso?— Me preguntó mientras aún colgaban sus manos los lados sujetados por cadenas.
— Alguien decidió ayudarnos.— Le contesté.
— ¿Ah sí? ¿A cambio de qué?— Me preguntó con curiosidad. Mientras yo llevaba la parte más filosa de la media luna cerca de las cadenas, era la única forma que se me ocurría de usarla. Y dio resultado, estás cedieron como si hubieras sido cortadas de un tajo limpio.
Una de las manos de Leo ya estaba suelta. Dí la vuelta para ponerme al otro lado de él y soltar su otra mano. Me arrodille de nuevo.
Pero antes de cortarla sentí el rocé de su mano en mi rostro, y me asusté estaba tan concentrada en lo que estaba haciendo que me había asustado.
—¿No me has contestado? ¿A cambio de qué?— Me volvió a insistir.
— De nada Leo, solo de un imposible.— Le dije sin más, mientras volvía a empuñar la gargantilla.
Está vez sentí su mano en mi brazo derecho, aquel que estaba sangrando.
— Estás herida Adara. No debiste de haberte arriesgado así, casi mueres... Y si eso pasaba yo...— Leo se dio cuenta de lo que estaba por decir, y yo también. Lo miré fijamente mientras la segunda cadena cedía.

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Cuando la muerte se enamore
FantastikLIBRO 1 ¿Qué es lo que pasaría, si la muerte te perdonara la vida? ¿Si aquel ser extraño al que muchos le temen, pudiera ¿De verdad aquel ser es tan cruel y despiadado? O sólo es un ente que vaga solo en las penumbras, un ser odiado por muchos y...