Esperar a Penélope después de sus tres horas de maquillaje, peinado y vestuario es lo más pesado en este mundo. Quien tenga hermanas mayores me entenderá y sabe lo cansado que esto puede llegar a ser.
—¡Penélope, ya vámonos!— le gritó mi mamá desde la planta baja por quinta vez, con esa voz que rozaba el límite entre la paciencia y el desespero.
—Ya voy— contestó mi hermana, como si no lleváramos escuchando esa misma palabra media hora.
Tome mi bolsa y celular, resignada. Cuando mi hermana bajó por fin con ese andar de reina que tanto le gusta afectar, nos subimos al auto y mi mamá condujo hacia la plaza comercial. Admiré, no por primera vez, la capacidad sobrehumana de mi madre para soportar los rituales de belleza de mi hermana sin perder la cordura y no bajarla de la oreja.
A mis quince años, se me hacía exagerado el tiempo que se puede tardar arreglándose una persona, y más si vamos a una plaza comercial. Ni que fuera a una boda o una fiesta de gala de los Oscar. Mi mamá quiso darle una laptop de regalo a Penélope por su cumpleaños número dieciocho y vamos de camino a comprarla. Será bastante tedioso porque mi hermana es muy indecisa, y por eso no sabe lo que quiere. Espero que esta vez no se tarde tanto como cuando escoge ropa, aunque lo más seguro es que tarde como si se estuviera maquillando. Pero sé cómo va terminar esto: horas de indecisión, miradas perdidas y promocionistas exhaustos.
Al llegar, entramos directamente a una tienda de electrónica. Mientras mi mamá y Penélope discutían sobre específicas técnicas que sonaban a otro idioma con el promotor, yo me alejé y me senté en unas bancas incómodas que parecen diseñadas para hacerte sentir en penitencia. No tenía sentido estar parada junto con ellas; solo era la espectadora de otro drama de compras. Deberían usar términos más sencillos para explicarnos a los que no somos expertos en tecnología.
Fue entonces cuando la sentí: una mirada clavada en mí. Era incómoda, persistente y llena de una intensidad que me hizo estremecer. Volteé disimuladamente. Era un hombre. Vestía una camisa arrugada y unos pantalones oscuros, cabello negro, demasiado oscuro; piel pálida y unos tatuajes en el cuello. Pero eran sus ojos lo que me heló la sangre: dos pozos negros, parecían examinarme como si buscara algo en mí, una intensidad que no era normal. El hecho de que no apartara la vista hacía que mi incomodidad creciera en segundos.
Podría tener treinta años, quizá más. Casi podría ser mi papá.
—Anna—la voz de Penélope me sacó bruscamente de trance—. ¿Te gusta esta funda? — me mostró una de color rosa brillante.
—La verde es más bonita— dije, señalando la que estaba detrás de ella.
—No, definitivamente la rosa— respondió, como si mi opinión fuera solo un trámite.
Ella ama lo rosa, y yo soy todo lo contrario. Era inútil. Penélope siempre terminaba haciendo lo que quería. Con la ropa pasa lo mismo: le podemos decir qué se le ve mejor, pero siempre escoge otra cosa y no compra nada por su indecisión. Empecé a observar la tienda con detenimiento buscando algo con que distraerme. Vi que había una pantalla con una consola.
—Mamá— le hable y me volteo a ver—, iré a los videojuegos.
—Con cuidado.
Asentí con la cabeza y fui a ver qué juegos estaban de prueba. Había uno de mis favoritos: Mario Kart 8. Seleccioné a mi jugador, Bowser; en la primera carrera quedé en cuarto lugar. Volteé para ver si mi hermana ya había elegido, pero no. Estaba tonteando con un chico que trabaja ahí. Siempre es lo mismo con ella. Volví a posar mi mirada en ese sujeto que me había estado observando. Seguía viéndome fijamente, incluso con cinismo. No disimulaba ni un poco, era como un peso muerto pegado a la espalda. Me volteé y seguí jugando sin darle mucha importancia.
Al término de una carrera, volteaba para ver si mi hermana ya había escogido. Él seguía ahí, ahora apoyado contra un estante, con una sonrisa que no llegaba a los ojos. Sentía que incluso se acercaba un poco más a mí.
—Andy, lleva esto a la bodega— el mismo chico que estaba hablando con mi hermana se acercó a él con una caja en las manos. La tomó de mala gana y entró a un cuarto, haciéndome perderlo de vista.
Cansada de los juegos, me puse a hojear discos en la sección de música. Busqué alguno de mi agrado y encontré el último álbum de Sam Smith. Lo sostuve un segundo, tentada, para mi billetera solo tenía suficiente para un helado. La verdad, me da un poco de vergüenza pedirle a mi mamá dinero para esto, ya que normalmente le pido dinero para materiales de la escuela. Me da dinero para comprar comida cuando salgo, pero no suelo pedir para este tipo de cosas, ni a mi papá.
En ese momento, lo vi otra vez, recorría los pasillos como un depredador, escaneando cada rincón. Cuando pasó por el pasillo donde yo estaba, su paso se hizo más lento, casi deliberado. Fruncí el entrecejo por su reacción y dejé el disco en su lugar con un suspiro. Empecé a caminar por la tienda, intentando desaburrirme. Después de un rato, regresé con mi mamá y mi hermana, pero continuaban viendo las computadoras. Mientras tanto, yo me estaba muriendo de aburrimiento. Me hubiera quedado en casa.
No estaría haciendo nada importante, pero estaría acostada en el sillón viendo alguna película y comiendo palomitas. Saque mi celular y entre a Facebook para checar las novedades. Mi mejor amiga había subido una foto conmigo. Se llama Sandra. Lo único malo de ella es que vive a dos horas de mi casa y no vamos a la misma escuela. Le di me gusta. No había nada interesante, así que me salí de la aplicación. No entiendo porque no tengo ni un videojuego en mi celular. Siempre digo que voy a descargar alguno para casos así, pero se me olvida.
Hemos estado aquí dos horas, y ya me quiero ir. Me aburro fácilmente si no tengo nada que hacer. Lo peor de todo no es que no tuviera nada que hacer, sino que ese señor, que ahora lo puedo llamar acosador, me seguía viendo. Estaba haciendo que mi paciencia se agotara. No faltaría mucho para que le dijera algo, pero no quiero ser grosera. Volví a caminar por la tienda. Vi sobre mi hombro y él no estaba. Me metí al baño y desde la puerta me fijé si me seguía o no, pero no. Estaba con sus compañeros.
Creo que ya es paranoia mía.
Después de hacer mis necesidades, acomodé mi cabello y salí rumbo a donde estaba mi familia. Me senté en la misma banca y vi a mi mamá pagando.
—Anna, vámonos— me dijo mi mamá, mientras se acercaba a mí.
Me levanté y caminé junto a ellas hacía la salida pero...
—Señoritas— nos volteamos—, olvidaron su funda.
Era el mismo hombre que no dejaba de verme. No pude evitar mirarlo mal, y se dio cuenta y sonrió, como si mi rechazo fuera parte de un juego.
—Muchas gracias— le dijo mi mamá, y salimos de la tienda.
Caminamos por la plaza y comimos hamburguesas. Es divertido estar con mi mamá y mi hermana así. Lo único tedioso fue mi hermana, que quería comprar ropa. Como mencioné antes, eso es muy estresante. Mi mamá piensa lo mismo, así que le quitamos esa idea de la cabeza.
Al llegar a casa pude descansar por fin.
—Te tardaste años— le reproché a mi hermana, mientras subía las escaleras.
—No fue tanto tiempo— sonrió—. Ya que vas para arriba, hazme un favor. Saca las cosas y déjalas en mi cama, por favor.
Refunfuñe y tome la bolsa que me estaba dando. Entré a su cuarto y al abrir la bolsa, algo resbaló entre los accesorios y cayó en la cama con un golpe sordo. Era el disco de Sam Smith que quería. Lo tomé con manos que ya temblaban. En la portada, alguien había escrito:
Me di cuenta de que lo querías. Aquí está preciosa. Te veré luego.
El aire se espesó alrededor mío.
—¡Anna!— gritó Penélope desde abajo—. ¿Vas a tardar otros tres años?
Pero yo ya no podía moverme. La nota seguía ahí, quemándome los dedos.
¿Qué mierda es esto?

ESTÁS LEYENDO
Acosador (Andy Biersack)
Mystery / ThrillerAnna Lewis tenía una vida normal hasta que su mundo se convirtió en una pesadilla. Un hombre la sigue, la observa y la reclama como suya. No importa cuánto corra o cuánto luche, él siempre parece estar un paso adelante. Pero cuando cree que todo ha...