Se ha perdido una batalla, no la guerra

441 28 8
                                    


Al entrar al castillo, Harry le pidió a Ron y a Hermione que lo dejaran solo, necesitaba hacer algo importante. Como era lógico, ambos chicos pensaron que él se entregaría tal y como Voldemort se lo había pedido para ponerle fin de forma definitiva a la batalla. Ellos conocían la naturaleza noble y sacrificada que tenía el muchacho, pero él los tranquilizó diciéndoles que aprovecharía la tregua para ir a revisar los recuerdos de Snape en el pensadero de Dumbledore y así fue. Aún no tenía intenciones de entregarse.

Por su parte, Emily estaba desesperada en la casa de los gritos, no sabía qué hacer y el tiempo se agotaba, Severus estaba cada vez más pálido y sin fuerzas, ni siquiera para levantar la cabeza. De vez en cuando los ojos se le cerraban y la sangre no paraba de salir de las heridas del cuello por más que ella las tapara con la mano.

—¡No, Sev!... por favor, quédate conmigo —le dijo con voz vehemente. Era una orden.

—Emily.... —susurró el pocionista con el amago de una sonrisa que se fue perdiendo tras una mueca de dolor.

—Esto no ha terminado, Severus —dijo Emily antes de que un sollozo ahogara su voz—. No te voy a dejar morir, mi amor... No lo voy a hacer, así como tú tampoco lo permitiste conmigo... ¡Dios mío, ayúdame, por favor!

Severus abrió los labios para responderle y decirle que ya no había nada qué hacer, que debía resignarse pero en ese momento se le escapó un gemido de dolor y cerró los ojos.

—¡NOOO! ¡SEVERUS! —gritó Emily aterrada pero posteriormente suspiró con alivio al posar el oído sobre el pecho de su esposo, comprobando así que aún tenía pulso, aunque demasiado débil—. Tú me salvaste, Sev... yo también quiero y debo salvarte... ¡Espera un segundo!... ¡Claro, la poción!

Snape no tenía fuerzas ni para preguntar a qué se refería y además, de a poco estaba perdiendo la consciencia.

—¡Cariño! —exclamó Emily acariciándole el rostro con delicadeza—. La poción que preparaste para mí ¿Lo recuerdas?... la que contrarresta casi cualquier veneno. Preparaste todo un caldero en esa ocasión y la señora Pomfrey me la administró por un tiempo, pero aún quedan tres frascos cariño... ¡Sev! ¡Severus! ¡SEVERUS!

Snape no respondía ni se movía lo que llenó de pánico a la cantante que retiró la mano del cuello de su esposo para sacudirlo con violencia.

—¿Amor? Severus, no me hagas esto... ¡Severus!... ¡Severus! ¡NOOOOO!

Snape ya no escuchó más la voz de Emily, ya no se encontraba en la casa de los gritos, ni recostado sobre el polvoriento piso de madera, ahora estaba en un lugar extraño y lleno de niebla pero agradable. No tenía ni frío ni calor y tampoco sentía dolor. Se levantó enseguida tanteándose el cuello pero no consiguió rastros de sangre, ni tampoco heridas. Intentó buscar a Emily pero no la halló, ni escuchó sus sollozos desesperados, ni tampoco sintió las sacudidas enérgicas que ella le prodigaba con la esperanza de hacerlo reaccionar.

De repente escuchó unos pasos que se acercaban a él desde atrás. En un rápido movimiento buscó a tientas la varita pero no la consiguió por ninguna parte entre sus vestiduras. Los pasos se acercaban cada vez más, haciendo eco en aquel lugar desconocido,  pero la niebla no lo dejaba ver nada. Sin embargo, una figura diáfana se fue haciendo cada vez más nítida a través de la bruma, una figura de mujer, delgada, de cabellos largos y rojos.

—¿Lily? —preguntó con incredulidad.

Ella respondió con un asentimiento cuando estuvo lo bastante cerca para ser reconocida y le extendió los brazos ofreciéndole un abrazo que él correspondió desesperado entre sollozos de alegría y arrepentimiento.

El Pocionista y la CantanteWhere stories live. Discover now