CAPÍTULODIECISÉIS
UN PASADO DOLOROSO
Catalina:
Putearme o traficar. En esas dos posibilidades crueles, estúpidas, irracionales, estuve pensando todas las siguientes noches. Entregar mi cuerpo por dinero es una responsabilidad personal que no perjudica a alguien distinto a mí. Traficar es una decisión que perjudica a otros. Es la droga que envenenará a jóvenes que luego saldrán a matar y a robar por conseguir la plata para una dosis. Por eso, con toda responsabilidad, me inclinaré por la primera. Me volveré una prepago para poder cumplir mi sueño de ver a las Diablas en el lodo y que Dios me perdone y se apiade de mí.
Hasta he considerado la oferta de Gato Gordo de darme lo que le pida por probar mi dulzura. Tendría que hacerlo con los ojos y los labios apretados pero si ese es el precio que tengo que pagar por vengar lo que nos hicieron a mis papás y a mí, lo haré. Por peores cosas pasé en esa correccional.
Es tan triste lo que estoy dispuesta a hacer por hacerles pagar su canallada, que me he mantenido ensimismada los últimos días. Estoy esperando a que el cabello recupere su largura y me terminen de crecer las cejas para venderme al mejor postor. Las cicatrices ya están casi desaparecidas. Me mantengo en una especie de huelga de silencio. Solo hablo para responder con monosílabos las preguntas que me hacen mis papás.
Hasta que un día tengo que abrir la boca y de qué manera. La casa estalla en alaridos, pues en una de las tantas tertulias que sostuvimos con Adriana y Valentina, y a la que por primera vez se sumó Martina, me enteré de algo que mis papás nunca me contaron. Entre charla y charla llegamos al tema de mi hermana Catalina y las mamás de ellas tres. Eran prepagos. Prostitutas de la mafia. Eso no fue lo fatal. No recuerdo si ya lo sabía o lo sospechaba.
Adriana contó con esa tristeza que embarga a quien sabe una verdad que no le han contado, que desde hacía muchos años, todos los que ellas recuerdan, sus madres trabajaban en una fábrica de camisas, pero que se les hacía raro que siempre les tocaba el turno de la noche y que sus descansos solo se daban los lunes. Hasta que Valentina estalló en llanto y contó su verdad:
—No disfracemos las cosas, Adriana, usted y yo sabemos que nuestras mamás son putas, amiga. Si queremos ayudar a Catalina tenemos que contarnos las maricadas como son.
—Sospechamos que son putas, Valen. A ninguna de las dos nos consta que mi mamá y la suya se acuesten con hombres por plata —sentenció Adriana, dejando a Vanessa y a Ximena una ventana de esperanza abierta.
Entonces Valentina tuvo que exteriorizar todas sus dudas con una andanada de preguntas que Adriana no pudo refutar:
—¿Y por qué siempre entran a las ocho de la noche? ¿Y por qué siempre salen a las cinco o seis de la mañana? ¿Y por qué siempre llegan con tufo? ¿Y por qué siempre se van tan maquilladas? ¿Y por qué los lunes se despiertan a medio día con depresión y ganas de matarse? ¿Y por qué en la fábrica nunca celebran la Navidad y nos reparten regalos como a todos los niños que tienen papás trabajando en empresas?
El silencio y el llanto de Adriana dejaron claro que sus madres trabajaban en un prostíbulo. Mis papás me lo dijeron al salir de sus casas luego de regresar de las cárceles. Entonces Martina las abrazó y les dio consuelo con una queja justa:
—Al menos ustedes saben que sus mamás son putas y están en un puteadero, amigas. Y malo o bueno las ven todos los días. Yo que nunca sé dónde está la mía y me toca consolarme con verla cada vez que le dé la gana de venir.

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Sin Senos Sí Hay Paraíso
RandomCientos de miles de personas pensaron que la muerte de Catalina en Sin tetas no hay paraíso era el final de aquella tragedia del tamaño de un país, pero con esta novela la historia sigue adelante gracias a un nuevo personaje: Catalina la pequeña. Co...