Recién caí en cuenta de que a inicios de abril esta cuenta cumplió diez años. Diez años escribiendo historias. Comencé con algo que, si soy honesta, me da un poco de vergüenza recordar, pero tenía apenas trece años cuando empecé, y con el tiempo fui aprendiendo. Aunque aún sigo en constante aprendizaje, me esfuerzo cada día por dar lo mejor de mí.
Todo comenzó por mera curiosidad, junto a una amiga. Al principio fue un pasatiempo, pero hoy en día se ha convertido en un refugio, mi lugar seguro. Aquí puedo volcar todo mi dolor en palabras; donde digo lo que no soy capaz de decir en voz alta.
Escribir me reconecta con lo que soy y me permite seguir adelante, día a día. Agradezco profundamente a quienes me han acompañado en todo este tiempo, a quienes me apoyan y disfrutan lo que escribo.
Espero que mis obras sean un abrazo para aquellas almas rotas, destinadas a encontrar consuelo en cada acción positiva de mis personajes. Más allá del consuelo, deseo que inviten a ver el mundo desde otra perspectiva, a reconocer la humanidad que habita incluso en los rincones más sombríos del alma.
A veces, olvidamos lo que realmente significa vivir por centrarnos en la supervivencia que nos tocó. Pero incluso entonces, podemos encontrar belleza hasta en la tormenta. Como un fuego encendido en medio de una nevada.
En el mundo real, soy más práctica, reservada y con la cabeza fría. Mantengo las emociones al margen, analizo antes de sentir. Vivo en silencio, observando, calculando… siempre alerta. Pero aquí, en este rincón de palabras, florezco como soy realmente.
Aquí es donde vive Belle, la voz más pura y honesta de mi alma. Belle no necesita máscaras ni defensas. A través de Belle, comprendo a mis personajes y me comprendo un poco más a mí misma.
Seguiré escribiendo mientras tenga palabras, mientras existan emociones que no puedan decirse en voz alta. Y si mis historias logran tocar aunque sea un alma, entonces todo habrá valido la pena.