elpanawarhameto

Les gusta lo que subí? 

elpanawarhameto

—Sí —le confirmó Uriel. Aunque se odió por el engaño, comprendía que se
          trataba de una necesidad—. El Emperador nos ha enviado para destruir a los hombres
          de hierro y a las daemon… a las madres de carne que os hicieron así. Nos envió hasta
          vosotros para que nos ayudaseis.
          
          
          —El Emperador nos ama, pero nosotros nos odiamos —le dijo el jefe de los
          sinpiel con voz doliente—. No hemos hecho nada para merecerlo. Queremos matar a
          los hombres de hierro, pero no sabemos entrar en la montaña. ¡
          
          (recorte algunas partes pero es sad) 

elpanawarhameto

lo miraron con intensidad y Uriel vio un ansia
          desesperada en ellos, una necesidad infantil de… ¿De qué?
          —¡Sí! —gritó—. Venimos de la montaña de los Guerreros de Hierro, pero somos
          sus enemigos.
          
          —¿También sois desechados? ¿No sois amigos de los hombres de hierro?
          
          —¡No! —siguió gritando Uriel para que todos los sinpiel lo oyeran—. ¡Odiamos
          a los hombres de hierro! ¡Hemos venido a destruirlos!
          —Os he visto antes —gruñó el jefe de los sinpiel—. Os vi matar a los hombres de
          hierro en las montañas.
          
          (l)
          
          —Lo sé. Lo vi.
          —¿Matáis a hombres de hierro?
          —¡Sí!
          —¿La carne de madre está en ti?
          Uriel asintió y la criatura habló de nuevo.
          
          (esta parte es sad) 
          —Las madres de carne de los hombres de hierro nos hicieron así de horribles,
          pero el Emperador no nos odia como lo hacen los hombres de hierro. Él todavía nos
          ama. Los hombres de hierro quieren matarnos, pero nosotros somos fuertes y no
          morimos, aunque eso sería bueno para nosotros. Ya no habría dolor. El Emperador
          haría desaparecer el dolor y nos haría nuevos otra vez.
          
          —No —contestó Uriel al entender por fin que aquella criatura, a pesar de su
          tremenda fuerza y enorme tamaño, no era más que un niño dentro de un cráneo
          monstruosamente sobredimensionado.
          
           Hablaba del amor del Emperador con la
          sencillez y la claridad de un niño. 
          
          Cuando Uriel miró con más atención sus ojos, vio
          un ansia irreprimible de compensar su aspecto odioso
          
          —. El Emperador os ama. Él
          ama a todos sus hijos.
          
          —¿El Emperador te habla? —le preguntó el jefe de los sinpiel.

elpanawarhameto

Fraccionamiento de el libro de los ultramarines
          Sol muerto cielo negro
          
          Uriel cuando se dio cuenta de que la
          primera impresión había sido la correcta al sentirse como un niño ante aquel ídolo.
          ¿Quién sabía cuánto tiempo llevarían los sinpiel viviendo bajo la superficie de
          Medrengard o qué recuerdos tenían de sus vidas antes de que los hicieran prisioneros
          y los implantaran en el horror de las daemonculati?
          Una cosa era evidente: en todos los niños inocentes que se habían transformado
          en los sinpiel había sobrevivido un recuerdo, una idea constante y duradera: el
          inmortal y benéfico Emperador de la Humanidad.
          
          
          A pesar de todas las vilezas que habían sufrido, los sinpiel todavía recordaban el
          amor del Emperador.
          
           Uriel sintió una enorme tristeza por el destino que habían
          sufrido. No importaba que los hubieran alterado hasta transformarlos en monstruos.
          
          Todavía recordaban al Emperador y habían creado una imagen de él para que los
          protegiera.
          
          (Parte recortada) 
          
          sinpiel se acercaban. Se dio cuenta de que eran cientos. Muchos de ellos
          no podían caminar sobre unas piernas atrofiadas, o moverse a causa de unos huesos
          retorcidos, o eran incapaces de valerse por sí mismos porque sus extremidades eran
          masas bulbosas de carne, pero sus hermanos los ayudaban
          
          
          Dios Emperador! ¡Míralos! —exclamó Vaanes—. ¿Cómo se puede permitir que criaturas semejantes sigan viviendo?
          
          
          —Cállate, Vaanes —lo cortó Uriel con voz triste—. Son parientes nuestros, no lo
          olvides. La carne del Emperador está en ellos.
          —No puedes hablar en serio. Míralos bien. Son malvados.
          —¿Lo son? Yo no estoy tan seguro.
          
          (