Adelanto de LÁGRIMAS DE UN MCFLORENS
— ¿Qué edad tienes? —inquirió Steph con curiosidad.
—Cumplo dieciséis el mes próximo.
Steph inspiró hondo y con una libreta golpeó el rostro de su herma-no.
—Es un niño, maldito pervertido —gritó colérica.
—Un niño muy bien dotado, con un trasero muy lindo y que es todo un experto en complacerme —dijo con una sonrisa burlona.
—Ya no ocultare tu secreto. Si sigues con esto tendré que contarle a papá…
—Por favor, no lo hagas —dijo Raeldo—. Eso haría que Marcus tuviese problemas, no quiero que se meta en problemas… —explicó con suplica y tristeza—, él me dijo que esto solo seria sexo y yo acepte, sé lo que significa esto, Camilo me contó como Marcus solo lo usó y luego le dejó sin más.
—Si sabes que va a hacer eso ¿Por qué sigues con esto?
—Porque lo amo —admitió.
Steph no podía creer lo que escuchaba. Era obvio que ese niño no sabía lo que decía. Estar enamorado es una cosa, pero admitir que amaba a Marcus esa era otra cosa mucho más diferente. No tenía ni la menor idea de que les hacía, pero tenía que ser algún tipo de magia.
Todos quedaban embobados como si fuese un dios del amor al cual alababan, pero aquello solo era una ilusión; ningún McFlorens era angelical o un dios, sino todo lo opuesto; eran demonios, súcubos, hijos del mismo Satán enviados al mundo solo para pagar alguna condena y hacer sufrir a los mortales.