SoyMotkaVyrubov
cuando su mundo se derrumbó el diablo estaba llorando. las lágrimas eran lo suficientemente densas como para mezclarse con la sangre y lo suficientemente calientes como para evaporarse en el fuego. el estallido fue como una revolución, aunque no era el pueblo el que se apilaba en la entrada del castillo. mentiría si afirmara que no había preveído esto antes; mentiría si afirmara que sus sueños no mostraban parcialmente algo que su lógica llevaba martilleando meses. el análisis había sido claro y la estrategia buena, sin embargo, el brazo a torcer de una infamia le hizo poner ambas mejillas. a su alrededor todo daba vueltas. el caos que se había sembrado por los pasillos era latente en cada polvo suspendido en la atmósfera. los escudos reales, consumidos a las llamas, temblaron en el repiqueteo de voces, gritos y llanto. él no podía hablar, algo desgarraba su pecho desde el interior de sus entrañas. había querido asegurar a sus allegados primero, así que se aseguró de que todos siguieran las indicaciones para salir del palacio y encontrarse en las afueras. los soldados caerían tarde o temprano, las doncellas cederían y los charcos resbaladizos del suelo impoluto dejarían de ser cálidos. y él no tenía tiempo ni para llanto ni para lamentos, aunque su vida llegara a un final abrupto. «me busca a mi. busca mi cabeza, lo dijo», recordó. en mitad del caos, era algo mayor que el miedo lo que empezó a moverlo. un impulso desde el frenesí de su corazón, el deber de su postura y lo que significaría su muerte, le gustara o no. tragó saliva. condenado desde el momento en el que la corona pesó sobre su cabeza, la mar de su destino había manchado de un carmín brillante la rosa de su familia y la serpiente no tenía fuerzas para atacar. trazar un plan de escape fue de antemano fue, entonces, lo único que pudo salvarlos.
SoyMotkaVyrubov
hacía calor. hacía más calor del que había pasado nunca, y el aire era pesado. sus pulmones se estaban ahogando. la marca de su palma latía con fuerza y el arma que empuñaba empezaba a clavarse en su piel; traspasarla, envenenarla. el sudor era, sin embargo, frío, y ya no podía distinguir si la sangre de sus ropajes era suya, aliada o enemiga. otras gotas jugaban con sus pecas. ¿qué era exactamente lo que intentaba salvar? «a erik», sí. «a athena», sí. «a lunnaris», sí. «a todos», pero allí... ¿hubo algo para él realmente? la hoja de su espada era casi tan desecha como él. abandonado, pequeño, traicionado. traicionado, ahí lo divisó a él. «nada se rigió nunca por los sentimientos, en primer lugar», entonces, ¿qué había traicionado exactamente? ¿su confianza? a través de los escombros, mucho antes de que llegaran a él y apareciera ravnis para llevárselo de allí, sus ojos se clavaron en el príncipe de zatyshok. duros, fríos, casi inexpresivos si no fuera por la ira concentrada en la boca de su estómago. apretó la mandíbula casi sin darse cuenta, mas alerta, no movió ni un ápice de su cuerpo. —nymeros. —llamó, al otro lado de la habitación. —tu familia va a morir. —«lo he visto», omitió. —hoy no. hoy le toca a mi hogar. —el deje de una risa reprimida se quedó atorado en su garganta. —pero este sitio siempre será toska. y toska es tan cruel que nunca nadie va a poder someterla. «toska. dolor sordo del alma, un anhelo sin nada que nada haya que anhelar, una añoranza enferma, una vaga inquietud, agonía mental, ansias».
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