prólogo.

Myoui Mina solo tiene un trabajo. Ensuciarse las manos cuando su jefe se lo pide. Ella sirve de forma leal al señor Kang, uno de los grandes pilares de la mafia. Su sed de sangre la hace la mejor en su puesto, sin importar como, cuando o qué pase, Mina siempre obtendrá lo que quiere de los sujetos que mata.

Si el jefe quiere que los últimos momentos de aquellos bastardos que osan traicionar lo sean los más dolorosos e insoportables de su vida, Mina empleará cada tortura que conozca.

Mina es más que la mano derecha del Señor Kang, es su confidente. Quien hace el trabajo sucio, quien le ayuda a seguir liderando, quien siempre consigue lo que le pide.

Sin embargo, Kang sabe que el tiempo no se detiene y que con el pasar de los años sólo está envejeciendo un poco más. Por lo que no duda en comenzar a enseñarle a su hijo y futuro heredero el camino que debe seguir.

El joven Jackson no es más que un pobre chico que tiene que seguir las órdenes de su padre. Sin embargo, Mina aún seguirá ahí la familia Kang.

Pero... con la llegada del joven heredero pasa algo más.

Una belleza de pies a cabeza, con la piel más blanca y fina que se ha visto, un rostro precioso con unos pómulos altos y pronunciados, ojos cafés como la miel y una sonrisa coqueta. Im Nayeon, ante los ojos de cualquier ser humano con buena vista no es más que la mujer más hermosa del mundo.

Y Mina no es la excepción.

Cada que está con ella siente como la rabia de su corazón se calma, como su hambre de vidas solo pasa a ser hambre por sentir más a la dama o como sus cuchillos dejan sus manos para ser reemplazados por la sedosa piel de Nayeon.

Myoui sabe que esta pérdida cuando en una de esas tantas noches la preciosa damicella le pide que se quede a su lado y no la abandone jamás, y Mina solo tiene el fuerte deseo de cumplirlo y nunca dejarla marcharse de sus brazos.

Porque Myoui Mina es la guerra, e Im Nayeon el amor.