Prólogo

Madarame Seijun pensó que, a sus 18 años, podría terminar en paz sus estudios y buscarse un buen trabajo para hacer sentir orgullosa a su madre. Que encontraría a alguien con quien querer compartirlo todo, con quien asegurarse un futuro familiar. Que viviría una vida como cualquier otra, normal y sin mayores preocupaciones que las facturas y los ascensos laborales.
Pensó que aquello era una broma de mal gusto, una amarga pesadilla, un karma que no le correspondía a ella, pensó que las paredes blancas del psiquiátrico no eran más que obstáculos que sortear para recuperar todo lo que le habían arrebatado.
Pensó que encontraría una segunda oportunidad, amigos, gente a la que considerar familia, confidentes que pudiesen explicarle por qué no recordaba esos actos tan horribles que manchaban sus propias manos.
Y cuando pensó en matar todas sus esperanzas, en desaparecer del mapa, en dejarse tragar por el mar que siempre la enamoró, una mano desconocida la trajo de vuelta a la luz.
Incluso con los siete pecados capitales a sus espaldas, ese tierno y joven albino decidió que ella no debía morir.