Prólogo

Daniel, un ángel guerrero, es degradado a custodio por oponerse a la expulsión de su comandante, el arcángel Camael (Cameron War en su identidad terrenal) y después de custodiar a un mismo alma durante varias encarnaciones desarrolla un apego especial por ella, el cuál es recíproco.
Tras fallecer en su última encarnación, el alma no llega al Sheol (recinto de las almas) y por más que Daniel la busca no encuentra rastros de ella. Ofuscado, se niega a pastorear otras almas y lo exilian en el plano físico por su desobediencia, bajo la fachada de un detective de la Policía de Homicidios de Boston.
En paralelo, una nueva revuelta es orquestada entre los caídos recluidos en el Inferos. El plan es derrocar al regente del inframundo para que Samael, el arcángel caído, ocupe su trono y los caídos sean libres en un plano en el que las leyes angélicas no tienen jurisdicción.
Para reunir las partículas dispersas del arcángel caído, cuentan con los conocimientos de uno de los Vigilantes, un mago angélico experto. El susurrador, como se les conoce a los magos angélicos, mantiene una estrecha relación de amistad con Macaria, la hija de Hades, quien habita en el segundo nivel del inframundo y se dedica a corregir los errores en la red de interrelaciones del Cosmos.
Estas tres historias se desarrollan en paralelo hasta que finalmente convergen.
El desenlace pondrá en perspectiva la importancia de las emociones, aún para los inmortales y su papel fundamental en el Orden Cósmico.